l a digresión está hoy justificada por causas trágicas. En ningún lugar de Europa se vive el fútbol como en Italia, e Italia, la tricampeona, no disputará esta vez la Copa del Mundo por haber sido eliminada por un equipo de suecos. Suecia, al final, siempre se cruza en el camino de los azzurri. En1958, la Nazionale quedó también descabalgada y no pudo acudir al campeonato que se disputaba en el país escandinavo. Entonces fue el llamado "desastre de Belfast". El combinado dirigido por Foni perdió con Irlanda del Norte. Esta vez, el desdichado desenlace ha sido en Milán, de la mano de un seleccionador llamado infelizmente Ventura.

Pronto fue demasiado tarde para lamentarse. El partido de San Siro lo jugaron los azzurri como lo harían los pollos sin cabeza. Frente a un conjunto de obreros sólo desplegaron arrebato y una incapacidad manifiesta para finalizar como es debido las embarulladas llegadas a la portería rival. Sin gol no hay calcio que valga. Aunque Italia haya demostrado a lo largo de décadas, con una fe insuperable en sus posibilidades, que en fútbol todo es posible incluso sin jugar bien. Nereo Rocco, maestro del catenaccio y una de las grandes leyendas transalpinas, solía repetir "¡esperemos que no!" cuando alguien comentaba "que gane el mejor".

El lunes, en San Siro, no se puede decir que Italia fuese peor que Suecia, pero los suecos, incapaces de otra cosa, impusieron las leyes de Rocco, el paròn, aquel carnicero triestino prodigio de humanidad y de sabiduría popular que se empeñaba en que los partidos no siempre los gana el mejor, sino que a veces caen del lado del que arrostra el valor de una mayor fe en la victoria. Italia, tres veces campeona del mundo, se ha quedado fuera, como en Suecia, apenas sin darse cuenta, porque alguien pensó que la fe estaba ganada de antemano gracias a la historia. Y la historia es una tragedia tras otra.