No es difícil hallar ahora sensaciones encontradas entre los golpistas catalanes, el Gobierno de la nación, y la sociedad española que asiste inquieta y hastiada a lo que no se cree, no ve seguro, que, pese a todo, vaya a resultar el cierre de la situación y de la herida producida, cuyas cicatrices van a quedar puede que incluso ya para siempre, dado que la resolución jamás y de ninguna manera puede culminar en la ruptura de la unidad de España. Sensaciones encontradas, paralelas y semejantes y difusas.

Según los guardias de Colau, la alcaldesa de Barcelona, que acaba de romper su pacto municipal de gobierno con los socialistas de aquella región, unas 750.000 personas asistieron a la manifestación del fin de semana en favor del separatismo y de la libertad de los políticos presos. Ya se sabe como son y como se falsean estos cálculos. Pero es igual porque los que se concentran con pancartas y gritos no ganan elecciones, y siempre son más los que faltan que los que acuden. Hubo fervor, hubo fanatismo, pero se notó la división, se dejó sentir que cada partido secesionista tira ya por su lado y que en todos ellos hay ganas de ganar pero las dudas empiezan a aflorar tras el 155 y sobre todo tras las cobardías, traiciones, y huidas de sus cabecillas. Forcadell, que acató ante el juez la Constitución y renegó de la independencia para librarse de momento de la cárcel, no asistió a la manifestación. Puigdemont, desde Bruselas, sigue queriendo ser el numero uno por un PdeCat por el que ya nadie apuesta. Junqueras, entre rejas todavía, es en quien más fían los secesionistas pero contando ya con una nueva estrategia distinta que no les vuelva a conducir al callejón sin otra salida que la intervención de Cataluña.

El Gobierno sigue sumido en sus temores y aferrado a sus motivos de optimismo como el que los aforados del Parlament fueran dejados en libertad condicional por el Supremo, y que la mayoría de españoles y catalanes vean acertados los plazos del 155 y de los comicios, según una encuesta. Rajoy ha ido de visita y ha pedido a la mayoría silenciosa esa que vaya a votar. En las concentraciones catalanas contra la independencia hubo también cientos de miles de personas pero pasa lo mismo que con los separatistas en la calle: que esos solos no ganan las elecciones. De modo que ver si le hacen caso, pues sino será difícil revertir el asunto, ya que ni Albiol, por el PP, ni el peculiar Iceta por el PSC, ni Arrimadas por C´s inspiran mucha confianza. La obsesión en Moncloa es que el 21-D parezca normal y no quede en prisión ningún golpista, pero aunque pasen a la jurisdicción del alto Tribunal habrá que ver si los encarcelados por la juez Lamela reniegan de sus ideas y acatan el 155, como Forcadell. Lo que tiene que hacerse es mirar con lupa los programas electorales y pedir la ilegalización por el Constitucional para los partidos separatistas que concurran a los comicios con tales pretensiones o promesas.

Si en las urnas ganan los soberanistas no es que se vuelva a estar como antes, sino todavía peor. Eso es lo que ha dicho Aznar que sigue siendo muy crítico con la política de Rajoy y del Gobierno y con el que, seguramente, no se hubiese llegado a situaciones tan extremas, complejas y difíciles.