L a cárcel siempre ha tenido mala prensa. Hay división de opiniones sobre su idoneidad para la reinserción de los presos. Es verdad que la realidad penitenciaria, tal y como la percibimos, suscita una imagen por lo general negativa. También es cierto que la cárcel es necesaria, no como amenaza, si no como realidad, en casos y situaciones en las que no cabe otra solución que esa.

La posibilidad de pasar una temporada en la cárcel llevó a Puigdemont a exiliarse en Bélgica, de forma temporal. La cárcel llevó a Carme Forcadell a renegar ante el juez del procés. Si la cárcel fuera una posibilidad remota para los secesionistas, a estas alturas no estaríamos como estamos, seguirían en sus trece, dando la vara con la república de Catalonia y todo eso que nos viene ocupando desde hace ya demasiado tiempo. Aburre a las ovejas.

Estimo, por lo tanto, que la cárcel es parte fundamental de la solución en el llamado problema catalán. Con esta gente no hay que confiarse porque de esta gente no se puede fiar nadie, ni ellos mismos. Para muestra un botón más con el sello Puigdemont, que dice ahora estar abierto a "otra relación con España" como alternativa a la independencia. Para volverse loco. No me extraña la parsimonia de Rajoy al respecto.

Para la sedición, la única solución posible es la cárcel. Cuando el diálogo no es posible, cuando las posturas son férreas y el error persiste, la cárcel obra maravillas.

A la Forcadell no le tembló la voz a la hora de comprometerse a abandonar el empecinamiento de que han hecho gala todos los encausados sobre el tan traído y llevado procés. Aunque, tras abandonar la cárcel, previo pago de la pertinente fianza y siempre por la vía de las redes sociales, hayan vuelto a mostrar su verdadera cara, eso sí, de una forma más tibia.

La cárcel, en este caso, ha obrado algún que otro milagro. En lo que no hay discusión posible es que los que todavía están entre rejas, esperando el santo advenimiento de las elecciones que consideran ilegitimas pero en las que todos quieren participar, no son presos políticos. Ni los protagonistas ni los figurantes. Nada que ver con los genuinos presos de conciencia encarcelados en épocas pasadas anteriores a la democracia. Estos presos son el ejemplo claro de que, en democracia, nadie está por encima de la ley. Y mucho menos quienes deben dar ejemplo constante, respetando y fomentando las normas que rigen el Estado de derecho que se han saltado a la torera.

La deriva independentista sí tenía y tiene solución. Los nacionalistas llevaban más de un lustro pergeñando su particular asalto al Estado democrático creando un grave problema no sólo convivencial. Un problema que, como ha quedado visto para sentencia, tiene a la cárcel como solución.