En esta España de ahora mismo con la sensibilidad política y nacionalista a flor de piel tras todo lo que sigue ocurriendo en y referente a Cataluña y que nunca tendría que haber pasado, era normal que la nueva camiseta de la selección nacional de futbol causase la polémica y el rechazo que ha causado. Pues aunque haya sido sin querer, de lo cual no se duda, el hecho es que la marca fabricante ha recreado la prenda con la base de los colores de la bandera?republicana, uniendo rojo, amarillo y morado, aunque algunos la vean azul de uno u otro tono.

Ni ha gustado la mezcla, ni la simbología que puede suponer, ni ha gustado la camiseta en cuestión, que en una encuesta de un periódico deportivo sufrió el rechazo del 65 por ciento mientras el resto no admitía o no daba mayor importancia al equivoco. Lo cierto es que en las fotografías y en la televisión, más o menos, aunque tampoco se nota apenas día la estrechez de la franja en cuestión, el color de marras puede parecer el morado y un recuerdo de la enseña tricolor de tan infausto significado para muchos. Tanto ha sido que la semana pasada hubo de ser anulada la presentación del atuendo deportivo y sustituido por una fría foto oficial de la selección.

Tampoco le ha gustado la semejanza y es lógico al Gobierno, según ha expresado el presidente en funciones de la Federación, un tal Larrea que viene sustituyendo al suspendido Villar imputado por presuntas corrupciones varias, eterno cacique del fútbol español. En Moncloa ni ha gustado el lío ni ha gustado la camiseta que lo ha originado. Y lo mismo parece ocurrir en el resto de los estamentos relacionados, que no comprenden como alguien no advirtió a tiempo el peligroso parecido. En el pecado llevarán la penitencia, ya que no serán muchos quienes paguen 130 euros por lucir la camiseta de la España futbolística con los colores republicanos.

Claro que en realidad y no desde ahora sino desde hace bastante ya, desde los fracasos del Mundial y de Europa, la selección nacional interesa muy poco, salvo en las grandes competiciones y en los partidos verdaderamente importantes, con rivales reconocidos. Y salvo en aquellos lugares que sirven de escenario al encuentro, que se suelen volcar en el acontecimiento aunque sea como una muestra de agradecimiento a los organizadores, y aunque los de enfrente no supongan adversarios de entidad respecto al nivel que España sigue manteniendo en este deporte, espectáculo, o lo que sea.

Aunque siempre hay otros alicientes, como pitar y abuchear a Piqué, el separatista catalán al que los aficionados no quieren, y discutir si las franjas son azul petróleo o morado republicano. Así el aburrimiento que suele acompañar a los partidos amistosos del equipo español se verá disminuido, lo mismo que el cabreo que produce a los hinchas de cada equipo el parón de la Liga para hacer hueco a este dinero procedente de las transmisiones televisivas que se reparten luego UEFA, FIFA, Federaciones y demás. La selección nacional ya no es lo que era, y no solo por esa desacertada camiseta.