Creo que somos millones y millones los que estamos preocupados por la móvil dependencia, esa tiranía existencial que nos obliga a ir con el celular a todos los sitios, mirarlo cada minuto, dejar al contertulio con la palabra en la boca, llamar al primero que se nos ocurra en cuanto estamos un ratito sin saber qué hacer y sufrir un incurable síndrome de abstinencia si olvidamos el aparatito en casa o no nos funciona. Yo soy yo y mi móvil, que diría Ortega. (Gasset diría otra cosa). Expertos de toda laya y condición, psiquiatras, psicólogos y sociólogos ya andan buscando explicaciones y proponiendo soluciones para un asunto que cada vez se nos escapa más de las manos a los simples mortales. Y si no, miren las colas kilométricas que se formaron recientemente en Madrid para adquirir, al módico precio de mil y bastantes euros, el último invento, el sumun del sumun? Es un cacharrito tan avanzado y bien mandado que, menos hurgarte en la nariz, sacarte el cerumen de la oreja y arrascarte la chepa, hace de todo. Hubo gente que estuvo más de 24 horas en la cola, noche incluida. O sea, que la cosa es más grave de lo que parece. Y tiende a acentuarse.

Una de las principales, y más extendidas, variantes de la móvil dependencia es la manía del selfie y la plaga de hacer fotos y más fotos a todo bicho viviente, paisaje, monumento, fiesta, rito, viaje y... Se me acaba el diccionario. Llegan unas cuantas personas a cualquier lugar y, en vez de contemplar la belleza de las montañas o el encanto y sugerencia del románico, se ponen a disparar sus celulares como locas y a reclamar a fulano o a citano que se coloquen para la posteridad y que se acerquen para que salgan en su selfie. Y uno se pregunta si admirarán esa puesta de sol o ese artesonado o únicamente presumirán de las fotos donde aparecen ellos.

La peste ha llegado hasta tal extremo que hasta el propio Papa Francisco se ha visto impelido a intervenir. Y lo ha hecho a su estilo: con suavidad, con ironía, como dejándolo caer, sin ocultar que dentro de la Iglesia también sucede este fenómeno. En un italiano dulce, sonoro, casi melancólico, el Sumo Pontífice afirmó que antes los sacerdotes pedían que se alzaran los corazones, pero ahora parece que piden que se alcen los móviles (telefoninos, dijo) porque solo se ven manos con esos aparatos haciendo fotos, grabando videos.

La exposición-denuncia del Santo Padre no solo fue general, sino que se particularizó en estamentos concretos del catolicismo. Aseguró que había sido testigo de la proliferación de móviles entre feligreses, sacerdotes e, incluso, obispos (y aquí el tono irónico de incredulidad y estupefacción se acentuó, solo le faltó añadir "parece mentira"). Y todo ello, en ceremonias y actos religiosos. Y uno, claro, no puede por menos de imaginarse a un obispo, vestido con esos ropajes que a mí me siguen impactando, sacando un móvil de entre la casulla y haciéndose un selfie para demostrar que ha estado en el Vaticano diciendo misa con el Papa. O a un cura manejando el celular mientras imparte bendiciones o encabeza una procesión. Y, ojo, que no soy yo quien ha especulado con estas posibilidades, sino que ha sido el propio Papa Francisco el que ha puesto el dedo en la llaga y el que ha venido a decir que ya está bien de que el móvil pinte más en nuestra vida que las creencias, la liturgia religiosa y el respeto a los símbolos.

Pienso que esta suave, pero punzante, diatriba del Sumo Pontífice caerá en saco roto entre los que vayan armados de móvil a cualquier celebración por religiosa que sea. No eres nadie sino te haces un selfie mientras bautizan a tu hijo, se casa tu hermano o corres detrás del novio en pelotas en una despedida de soltero. Da igual el acto. Lo importante es que se sepa que tú estuviste allí. Lo importante es que lo puedas enseñar a todo quisqui y sacar pecho y suscitar esa envidilla que tan bien sienta a los que la provocan. ¿Qué sería de nosotros si no pudiésemos presumir de móvil de última generación, de las fotos hechas con el móvil, de ser el primero en conocer una noticia que recibimos en el móvil, de resolver, vía móvil, la discusión de quién metió el gol del empate en un Rumania-Bulgaria del año 66? Pues, eso, seriamos bultos sospechosos. ¡Ah!, ¿qué no tiene usted la reciente novedad en móviles? Haga el favor de acompañarme a comisaría. Llegaremos a esto, ya lo verán, ya.

De momento, el Papa Francisco ha lanzado una advertencia seria: nos estamos pasando con el móvil y conviene recapacitar. Entre líneas, como en una parábola bíblica, ha dicho que Dios no quiere selfies. Al menos, en su Casa. Así que, ustedes mismos. No digan que no les aviso.