Como se sabe, la damnatio memoriae era una práctica de Roma que borraba cualquier rastro del personaje público objeto del castigo (por ejemplo, Nerón). Hoy se ejecuta anulando reconocimientos o premios, borrando inscripciones, quitando nombres de calles, retirando estatuas, etcétera, pero hasta ahora quedaba reservado a personajes públicos del sector público, no del privado. La fulminante damnatio memoriae que la Sony le acaba de aplicar a Kevin Spacey, suprimiendo su imagen de una película a punto de estreno, tras el juicio del tribunal popular global, supone una innovación del modelo romano. Si la práctica se extiende a todo el cine creado hasta ahora, borrando actores, actrices, directores y productores que no estén libres de pecado, sospecho que nos quedaríamos sin cine, salvo una parte del de dibujos animados. Eso sí, con la conciencia limpia, mientras no se demuestre lo contrario.