Si los adultos se meten en harinas reivindicativas, si se declaran en huelga aunque no siempre les asista la razón, si forman piquetes, si cortan el tráfico, si deciden exponerse en las vías del tren, si quieren emplear la fuerza, que lo hagan, son mayores, allá ellos. Pero cuando esa gente, presa de un fervor independentista enfermizo y malsano utiliza a niños, casi bebés, para conseguir sus fines, la Justicia debe intervenir de inmediato. A los niños ni tocarlos, con los niños no se juega ni se reivindica otra cosa que no sean sus derechos, para los niños el máximo respeto y la dignidad que su vulnerabilidad precisa.

Usar a los menores como "piquetes" es una aberración. Sentarlos en mitad de la carretera o situarlos en las vías del tren para hacer más fuerza es un descarrío, una forma de depravación que nuestra sociedad no puede permitir. Las asociaciones independentistas catalanas deben estar por encima del bien y del mal, porque una vez más han utilizado menores para portar pancartas de apoyo a los pretendidos "presos políticos" que están acusados o encarcelados por un delito de sedición que no atinan a ver los susodichos. La huelga del sindicato minoritario que la convocó constituyó un fracaso. Mucho ruido, pero pocas nueces. El seguimiento fue mínimo y buena parte de la sociedad catalana pasó olímpicamente de la llamada.

Cuando las huelgas no sirven para nada, mejor seguir produciendo que hacer el indio o el animal como en este caso. Lo más destacable, los retrasos y la utilización de menores. Son vergonzosas las fotos aparecidas en la prensa. Fotos que debieran hacer reflexionar a quienes son incapaces de realizar una labor de introspección por si pudieran haber hecho algo mal. Es imposible que si algo fuera legal no haya un solo país, ni siquiera del Tercer Mundo, que apoye a Puigdemont y los suyos. De la deriva, el ex president ha pasado a la degeneración más absoluta, a la locura, a la paranoia que le asiste.

El desafío independentista hace tiempo que se ha salido de madre. En la jornada de huelga del pasado miércoles volvieron a demostrar su capacidad de amoralidad máxima haciendo suyo aquello de "el fin justifica los medios". Solo que los medios eran menores, niños de tres y pocos años más, que estarían mucho mejor en casa, en la guardería o en el colegio, aprendiendo a respetar y amar, y no a odiar y despreciar. Son despreciables los que orquestan y los que ejecutan semejantes barbaridades. Utilizar a niños como escudos humanos lo hace el Daesh y regímenes totalitarios como los de Bashar al-Ásad o Nicolás Maduro. Gente así sólo tienen cabida en las páginas negras de la historia. El independentismo catalán se ha hecho un hueco en ellas.

No sé a qué están esperando las organizaciones responsables de los derechos de la infancia para poner el grito en el cielo, para denunciar, para protestar, a lo mejor tienen miedo, si hablan, de perder por el camino alguna prebenda millonaria. La infancia está por encima de todo eso. Ni se la puede silenciar, ni se la puede utilizar, ni se la puede manipular. La democracia y la libertad no se alcanzan exponiendo a los niños a cualquier peligro. El secesionismo catalán no puede seguir utilizando niños para sus fines, los más peligrosos, sea o no con el permiso paterno. ¡Vaya padres! Tan celosos para unas cosas y tan poco protectores para otras que entrañan peligro. Con niños, no. Nunca.