La Universidad de Salamanca celebrará elecciones a Rector el 20 de noviembre. Ese mismo día recordaremos el 42 aniversario de la muerte del dictador, Francisco Franco, la antítesis de lo que festejaremos en la institución universitaria más longeva de España, con 800 años de historia a sus espaldas. La relación de este escribiente con la USAL es mucho más reciente, claro, aunque los casi 27 años que llevo vinculado como docente a la institución, compartiendo proyectos, ilusiones, lecciones y aprendizajes con compañeros de trabajo y estudiantes, dan para mucho. Por eso, los compañeros (tres hombres y una mujer) que están compitiendo por ser el nuevo Rector o la nueva Rectora merecen todo mi respeto y consideración. Dar un paso al frente para alcanzar la cima de la gobernanza de la institución académica no es cualquier cosa; por consiguiente, la comunidad universitaria pero también el conjunto de la sociedad deberíamos valorarlo en su justa medida.

A los cuatro candidatos hay que agradecerles que quieran mejorar una Universidad que necesita colocarse a la vanguardia no solo de la transmisión del saber, una de las funciones básicas de cualquier nivel educativo, sino además en la producción de nuevos conocimientos a través de la investigación y su imprescindible transferencia hacia el entorno económico y social más próximo, es decir, esa sociedad que, en muchas más ocasiones de las deseadas, nos mira con ojos de incredulidad porque no siempre percibe que sus necesidades y demandas son realmente las nuestras. Pero una Universidad es o debería ser mucho más. Algunos la imaginamos como una comunidad, en el sentido más genuino del término, donde la cooperación y el aprendizaje colaborativo sean realmente los motores de nuestras prácticas cotidianas. Sabemos, sin embargo, que no siempre es así y la búsqueda del éxito individual, a costa muchas veces de lo que sea necesario, suele impedir que la Universidad se convierta realmente en un recurso para el enriquecimiento personal y colectivo.

Por eso, la Universidad con la que algunos soñamos debería conjugar, muy por encima de cualquier otra consideración, la primera persona del plural, es decir, el "nosotros" por delante del "yo", esa manía perniciosa que está mucho más extendida de lo que pensamos y que delata a quienes se creen imprescindibles o venden los resultados colectivos como logros personales. Este tipo de personas olvidan que las grandes conquistas sociales se han alcanzado gracias a la colaboración y el trabajo en equipo; esto es, por haber conjugado y practicado el "nosotros" mucho más que el "yo". La enfermedad del yoísmo, es decir, yo, yo y siempre yo, es un mal que deberíamos desterrar de nuestra vida cotidiana y, por consiguiente, de la Universidad. Es un virus muy nocivo que frena la innovación, paraliza la construcción de nuevas iniciativas y desalienta el trabajo colaborativo, ingredientes básicos para seguir avanzando en nuestras vidas y, por consiguiente, en la Universidad, esa institución que algunos soñamos con que aún puede y debe mejorarse mucho más.