De cualquier comportamiento humano se puede, y se debe, considerar todo aquello, que seguro, es mejor que el propio; como, asimismo, lo que no lo es tanto; para mejorar el nuestro y no incurrir en lo que sea rechazable del ajeno; para, con este proceder, contribuir mejor al cumplimiento de los numerosas obligaciones y deberes que todos, sin excepción, tenemos hacía los demás; satisfaciendo mejor sus necesidades y expectativas, y, consecuentemente, lograr, entre todos, un mundo mejor.

Así, por ejemplo, en las técnicas que se enseñan; para posteriormente utilizarlas en la dirección de empresas, Administraciones Públicas y demás organizaciones, en las Facultades de Economía y Empresa, como en las Escuelas de Negocios; como son, entre otras, el benchmarking, pretenden conocer las mejores experiencias, las óptimas técnicas de gestión, el marketing más idóneo, que la competencia realiza para adoptarlo, adaptarlo y superar a las demás para hacer más y mejor las competencias propias, y superar, si ello es posible, el buen hacer de las demás; con lo que lograremos ser más competitivos, más productivos, más eficientes, más eficaces, etc; logrando alcanzar las máximas metas en ventas, en ingresos, en beneficios, en supervivencia y crecimiento de las empresas, como la máxima y correcta utilización de los recursos públicos y de las demandas sociales, si de los poderes públicos se trata.

Pues, bien, ese proceder de intentar superar honestamente a los demás, observando una reglas de juego, que no son otras que una buena, sana, y fundamentada educación; tan escasísima en estos tiempos, dicho sea de paso; debiera ser el correcto proceder de todos, pues es obligación cumplir con nuestros deberes hacia los demás de la mejor manera posible; lo que exige conocimientos profesionales actualizados, buena voluntad, actitud ejemplarizante, etc., no lo que suele ser regla general: chismorrear, lo que implica perder el tiempo, ponerse en evidencia la catadura moral de quién así actúa, su minusvalía moral, su deficiente sentido del honor, del deber profesional de trabajar en el horario laboral, y no cotillear de quién le "da cien mil vueltas", lo que provoca su absentismo en el trabajo, contribuye a crear un pésimo ambiente de compañerismo, a provocar no querer dirigir ninguna unidad administrativa, equipo de trabajo, etc., ante el riesgo, como suele pasar, que el menos calificado, o sin calificación alguna, se "chive", calumnie, etc., a quién ostenta el máximo poder en la organización, y éste, si no tiene personalidad, se "lo crea", y le prepare una "putada de muy señor mío" al responsable del equipo de trabajo. Consecuentemente, especialmente en las Administraciones Públicas territoriales, y ante las posibles "traiciones" de unos y de otros, nadie quiere tener personal a quién dirigir, impulsar, apoyar, orientar, supervisar, ilustrar, etc; debido, en resumidas, a la envidia que es la causa de quienes tan torticeramente actúan; lo que al final, va en perjuicio de los resultados, de las prestaciones, del empleo de los recursos de todo tipo implicados en el devenir de empresas, Administraciones Públicas y organizaciones. El pagano, como siempre, es el "cliente", el "jefe", que no ve adecuadamente atendidas sus demandas y derechos, por la carencia de talento y de laboriosidad de directivos y trabajadores.

Sancho de Moncada