C ómo reconstruir la devastada Hiroshima. Cómo soportar la destrucción. Cómo levantar vida nueva allí donde la muerte toda vida se ha llevado. Cómo elevar de nuevo la mirada al azul sangriento de donde llegó el destino. Cómo trocear el dolor para hacerlo digerible. Cómo abarcar lo inabarcable. Cómo asumir lo impensable. Cómo evaluar los daños. Cómo levar anclas y seguir navegando. Cómo encontrar sentido a algo cuyo sentido no puede ser tan siquiera buscado.

Cómo llenar de carne, piel y huesos las siluetas evanescentes que, en cada rincón, la explosión ha dejado convertidas en recuerdo. Evasivas sombras, hologramas. Cómo devolver al árbol la hoja muerta sin otoño. Cómo huir del eco de los silencios rebotando en las paredes. Cómo llenar los huecos de un futuro por devaluado tan huero. Cómo respirar un aire infectado de azufre. Cómo beber un agua de azufre contaminada. Cómo tomar un alimento cuya levadura se ha transformado en azufre. Cómo retornar de la quietud al bullicio. Cómo revivir el millón de hormigas que pululan por las venas sin esperar cada segundo al pie que ha de aplastarlas. Cómo hablar de mañana, qué palabra, tan cotidiana ayer como cruel hoy.

Cómo reconstruir Hiroshima devastada. Sin techo ni paredes, sin sillones ni colchón. De qué sirvieron las fuerzas, de qué valieron las ganas, de qué las armas, de qué brazos y piernas y el devanar de cabezas. De qué las defensas en guardia. De qué los radares activos, si el viento de la mala sombra todo lo barre a su paso, inmisericorde y cruento sin que nada lo conmueva.

Cómo metabolizar la ira medieval y transformarla en la fuerza creadora que construyó catedrales. Cómo volver armónicas sístole y diástole y nutrirlas de oxígeno. Cómo mantener en marcha las levas del mecanismo del movimiento continuo. Respirar. Inspirar, expirar. Latir. Bombear. Insuflar. Extraer. Y dónde protegerse del fuego. En qué cueva resguardarse del frío cuando nieva. Dónde guardar los sueños evaporados, dónde los anhelos, los pronósticos, los augurios. Dónde poner los pies a cada paso y que la suela no se quede pegada al suelo, fundida en el bulevar, cauterizada. Dónde no pisar excrecencias o llenar las vestiduras con el polvo de la destrucción. Dónde ubicar cada pieza del puzzle que la bomba hizo saltar por los aires. Millones de fragmentos en apenas un instante. Objetos sin sentido si su nombre se despoja del nombre de su dueño.

Reconstruir Hiroshima alrededor de la cúpula de Gembaku por mucho que llueva ácido. Duro hormigón sobre los cascotes. Negro asfalto sobre el lodo y el barro. Germinal simiente sobre la tierra yerma. Cómo no ser sombra longeva de la sombra que se va. En qué evangelio (en griego buena noticia) creer. "¿Cómo estás?", es la pregunta que cada día más se repite. Reconstruyendo Hiroshima es, a pesar de la reiteración, mi nada mecánica respuesta.

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