El jueves y viernes estuve en Mérida participando en la Conferencia de Decanos y Directores de Centros de Trabajo Social de España, que se celebraba en el ámbito del XIII Congreso Estatal y I Congreso Iberoamericano de Trabajo Social. La primera sorpresa estuvo en la entrada del Palacio de Congresos. Cuando me acerqué a la mesa informativa, una de las jóvenes me dice: "Hola, José Manuel, ¿qué tal estás? ¿No te acuerdas de mí?". Su cara no me resultaba familiar aunque su nombre y apellidos, sí. Aunque había sido una alumna solamente durante una semana de clase en la Facultad de Ciencias Sociales, me alegró que me recordara. A los pocos minutos, apareció otra antigua alumna. La reconocí inmediatamente pues, en este caso sí, había soportado mis clases durante un curso. Y un poco más tarde, mientras me entretenía mirando las exposiciones, otra alumna del curso pasado me buscaba para decirme hola, pues se había enterado por las anteriores que andaba por allí. ¿Cuánto valen estos detalles? No tienen precio.

Tras la jornada vespertina, me fui al hotel que tenía reservado en Almendralejo, a 28 kilómetros de Mérida, porque en la ciudad romana estaba todo ocupado. Aunque la recepción fue correcta, lo que veían mis ojos en el hall de entrada hacía presagiar que el lugar de descanso iba a estar muy animado. ¿El motivo? Un numeroso grupo de personas mayores entraba y salía del hotel, hablando a grito pelado. Todo lo que contaban se escuchaba a treinta kilómetros a la redonda: de dónde eran, los alimentos que habían ingerido en la cena, el plan de trabajo del día siguiente y algunas cosas más. Pero la animación no quedó solamente ahí. Cuando estaba tranquilamente en mi habitación, una legión de voces inundó el pasillo de la primera planta. Eran los mayores, que venían de donde fuera, riéndose y hablando muy muy alto, como si estuvieran en una fiesta de cumpleaños. Más tarde sucedió lo mismo con otro grupo. Y a las 7 de la mañana, ídem. ¿Qué estaríamos diciendo si este tipo de comportamientos los hubieran protagonizado jóvenes? Piensen.

Al día siguiente, viernes, mientras caminaba por una de las calles de Almendralejo buscando una cafetería, dos chavales de aproximadamente 10 años se acercaron para darme una de esas hojas que informan a los turistas o forasteros del mejor lugar donde desayunar, comer o cenar. Me sorprendió que, a esas horas de la mañana, dos rapaces, que supuestamente deberían estar en el colegio, anduvieran por las calles repartiendo propaganda. No les dije nada y, ahora que lo pienso, me pesa. Aunque imagino que eran dos niños que estaban practicando el absentismo escolar, tal vez no fuera así y, en realidad, lo que hacían en la calle a media mañana de un día lectivo era una actividad práctica, es decir, que los profesores les hubieran solicitado pisar el terreno para observar la reacción de los forasteros, como yo, ante dos pipiolos que andaban por la calle en horario escolar. Nunca sabré los motivos y quiero imaginar que su presencia tuviera más que ver con lo segundo que con lo primero. Aunque, si soy sincero, me cuesta mucho creerlo.