Dos trágicos accidentes aéreos ocurridos sucesivamente en apenas cinco días y que han costado la vida a dos jóvenes oficiales del Ejército del Aire han supuesto un aldabonazo en la sociedad acerca de las condiciones y los presupuestos en los que viven y desarrollan su labor los militares. La muy especial sensibilidad patriótica que se vive ahora en España, ante el intento separatista de una parte de las fuerzas políticas de Cataluña y la lenta y cautelosa reacción del Gobierno en la aplicación del articulo 155 de la Constitución -ya solo pendiente de la aprobación el viernes por el Senado para su ejecución- ha generado una latente preocupación por su cercanía en fechas y su similitud.

El primero de los percances ocurrió el mismo día de la Fiesta Nacional, el 12 de octubre tras el desfile conmemorativo y cuando uno de los aviones que había participado en la gran parada se disponía a aterrizar en Albacete. El aparato se estrelló y el piloto no pudo usar el sistema de eyección, se cree que intentando evitar, a costa de su vida, que el Eurofigther, una máquina europea que ya ha sufrido otros diversos accidentes, fuese a caer sobre las instalaciones de la base. La segunda desgracia tuvo lugar solo unos días después, en Torrejón, cuando un caza F-18, igualmente pródigo en accidentes, perdió fuerza en el despegue y se estrelló contra el suelo, sin que piloto pudiese salvarse.

A expensas, como es natural, de los informes que las comisiones técnicas nombradas para ambos casos den a conocer sus conclusiones, los comentarios de todo tipo no han dejado de producirse, y esta vez abundando, por fortuna, las lamentaciones y condolencias por la muertes primero de un capitán- 32 años, con su esposa y su hija de meses esperando su regreso en la base aérea - y de un teniente de 26 años, los dos con muchas horas de vuelo. Tampoco ha faltado algún odiador, como ese político catalán que pidió controles de alcoholemia para los pilotos. Ni los que han lanzado toda clase de hipótesis y rumores difundiendo mensajes, ambiguos o claros, sobre la posibilidad de sabotajes, mal mantenimiento de los aparatos, o incluso atentados. Pero no faltan tampoco quienes achacan los dos trágicos accidentes al recorte de los presupuestos al Ejército que se mantiene desde hace ya muchos años.

Mal asunto cuando los gobernantes, los que sean, se desentienden o no atienden lo suficiente a las Fuerzas Armadas de la nación, dada la trascendental misión que cumplen por encargo expreso de la Constitución de los españoles. Parece que el Ejército hubiera pasado a ser la cenicienta de los prepuestos del Estado, y eso que con Cospedal como ministra de Defensa las cosas parecen haber ido mejor. Pero se aduce, por parte de los expertos del sector, que mucho del material que se utiliza resulta obsoleto en unas Fuerzas Armadas modernas que están en Europa y en la OTAN, dado que por falta de fondos no se renueva al ritmo que seria necesario. Mientras, se derrochan miles de millones en instituciones inútiles y repetidas, como ocurre en las autonomías, en cargos de confianza, en subvenciones a extraños entes de oscuros fines. Para todos hay, pero el Ejército merece más consideración y presupuesto.