está tan extendido en una parte de nuestra sociedad que el odio, además de un delito, se ha convertido en un pecado capital, en un pecado de lesa humanidad. El odio es una carga demasiado pesada que algunos se empeñan en soportar sobre sus sentimientos, sobre su corazón, como si de alas se tratara, cuando en realidad el odio los va hundiendo en su propia miseria humana. Lo suele repetir el Papa Francisco, que de valentía ha dado sobradas muestras, "El odio, la envidia y la soberbia ensucian la vida". Ensucian el alma, la vida del que odia y de cuantos permanecen en derredor suyo. Estoy de acuerdo con los que sostienen que al odio sólo se le combate con amor. Porque el odio no engendra más que odio, resentimiento y violencia.

Ahí está el odio presidiendo las acciones de los que encima se empeñan en dar vanas lecciones de ética a los demás, a los que piden que se acabe esa forma de convivencia malsana. Sostenía Nelson Mandela que "Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, su origen o su religión". Desgraciadamente eso sucede todos los días en Sudáfrica y aquí, en esta España que unos pocos están volviendo del revés, a la que unos pocos están metiendo en un hoyo para enterrarla.

No hay que olvidar que quien instaura el odio no es el odiado, sino el que odia. Y mucho tienen que odiar los que en las redes sociales, a raíz de la cogida de Cayetano Rivera en la Feria de Zaragoza, se despacharon de una forma inhumana, de una forma que dice muy poco de la condición de cuantos le desearon la muerte. Precisamente el torero venció a la muerte en el quirófano, se recupera en su casa y si Dios lo quiere volverá a los ruedos para "mediados de diciembre". Me alegra la rápida recuperación del diestro, precisamente ahora que va a ser papá y porque la fiesta que algunos quieren borrar del mapa de las tradiciones mejores, seguirá teniendo continuidad gracias a cuantos han decidido dársela, aún a pesar de la persecución de que son objeto.

Torear requiere valor y fortaleza, y es una forma de ganarse la vida, de dar trabajo a un buen número de personas y de seguir agrandandEstá tan extendido en una parte de nuestra sociedad que el odio, además de un delito, se ha convertido en un pecado capital, en un pecado de lesa humanidad. El odio es una carga demasiado pesada que algunos se empeñan en soportar sobre sus sentimientos, sobre su corazón, como si de alas se tratara, cuando en realidad el odio los va hundiendo en su propia miseria humana. Lo suele repetir el Papa Francisco, que de valentía ha dado sobradas muestras, "El odio, la envidia y la soberbia ensucian la vida". Ensucian el alma, la vida del que odia y de cuantos permanecen en derredor suyo. Estoy de acuerdo con los que sostienen que al odio sólo se le combate con amor. Porque el odio no engendra más que odio, resentimiento y violencia.