El pasado domingo celebraron muchas mujeres su onomástica en el día de la santa de Ávila. Son muchas en España y en América las que se honran con llevar el nombre de esa mujer que es muchas cosas, además de santa.

No dejo de acercarme a su vida y obra desde que me enamoré de su encanto como un adolescente de su profe de Lengua. Todavía hoy me puede. Para empezar, diríamos que era una mujer de armas tomar y, aunque suene burda esta simplificación, hay que reconocer que se batió en muchos frentes como es difícil imaginar en una mujer de su tiempo, y a peores, monja. Pero, todo hay que decirlo, sabía los charcos que pisaba y los jardines en los que se metía, incluido el de la inquisición, poco apacible, por cierto. Tenía tanta fortaleza que a veces pareciera que iba de farol. Pero era algo que sentía con plena sinceridad. Su santo Esposo (como tal llamaba a Jesucristo) le cargaba de energía como a una nave espacial; de hecho levitaba en oración. Teresa era mucha Teresa. Se empeñó en cambiar las cosas de su orden para poner orden en los conventos, después de padecer el desmadre (Babilonia lo llamaba ella) del primer convento donde ingresó. De todo menos bonito le dijeron las colegas, y a veces las autoridades, que terminaron por rendirse a la sinceridad de sus propósitos, expresados con una fe a prueba de incontables sacrificios, con una valentía desconocida en una mujer, y un encanto difícil de rehusar. Pero Teresa tenía un ideal de reforma que empezaba por cortar todo tipo de relajación, indigna de la vida religiosa conventual. "Vivir para Dios y encerradas para Él". Nos choca este lema drástico que es un apartamiento voluntario y radical del mundo. Pero también les advertía a sus monjitas que no elegían peor vida que muchas mujeres de su época, atadas a maridos sin amor y a cargas familiares extenuantes. Ella todo lo veía claro a la luz de ese esposo divino del que gozosamente se sentía presa: "No es menester más de amaros, para que vos, Señor mío, lo hagáis todo más fácil". La vida de Teresa fue todo menos apacible. Desde Salamanca a Sevilla cruzó España por malos caminos y peores posadas. La santa andariega compaginó la vida contemplativa con la acción más trepidante, y a veces conflictiva, en la fundación de conventos descalzos, aunque si por ella fuera, de buen grado hubiera permanecido, posada y quieta, en su palomarcico, como gustaba llamar a los conventos que fundaba. Ella puso en práctica el refrán: "A Dios rogando, y con el mazo dando". Buscaba apoyos y financiación para la fundación de conventos; algunos le salieron harto caros, como el que promovió la Princesa de Éboli, una okupa rica, con la que se las tuvo que ver bien tiesas.

Teresa nos seduce por la seguridad de su fe, pero sobre todo por el amor a su Amado, con esa envidiable pasión que puso en contarnos la felicidad de haber hallado el amor de su vida, para lo que a veces no encuentra palabras de lo colgada que está por Él. "Para vos nací", se expresaba en un verso-estribillo de un poema que alcanza el lirismo de un alma rendida y de una mente que sabe expresar sus sentimientos sin ñoñería o afectación; esto es: con un arte poético que la hace figurar también en los altares de la Lengua castellana.

"Para vos nací", es el título del musical sobre su vida que a finales de mes llegará a Zamora. Teresa era muy firme pero alegre, piadosa pero no mojigata, y sobre todo contagiosa de sus entusiasmos, como nos relata una monja compañera suya: "...daba gran contento mirarla y oírla, porque era muy apacible y graciosa en todas sus palabras y acciones"; la misma, cuenta la anécdota de un día en que la santa despierta a las monjas al son de palmas y canto improvisado. A mayores, escribía poemas y letrillas para cantar y recitar en festividades, sobre todo la Navidad, o para ceremonias como la profesión de Hermanas. También sabemos que, aunque monja, conservaba ese punto de coquetería que nos la hace más cercana y nuestra, pues todos queremos gustar de un modo u otro, reconozcámoslo o no. Al respecto, conocemos también la decepción al ver su retrato en un cuadro: "Dios te lo perdone, fray Juan, que ya que me pintaste, me has pintado fea y legañosa". Lo cierto es que tenía razón en su pequeño enfado, porque una compañera, María de San José, la describe más bien guapa, con los ojos negros y vivos, la nariz "bien sacada", las orejas pequeñas, la boca equilibrada, y con unos signos distintivos: los lunares de su rostro. Su modo y sus andares resultaban agradables.

Teresa fue paradójicamente una mujer que, tomando el silencio como arma de recogimiento, aún hoy, da que hablar...y cantar. Su cuerpo no conoció el destino común del pudrimiento. Cada vez que uno entra por las páginas que dictó su corazón incorrupto, puede encontrar oro puro, tanto humano como espiritual, y sin un gramo de angustia. Teresa es un capital valiosísimo para la Iglesia. Libera de complejos al creyente y atrae a indiferentes que se acercan sin prejuicios a su obra mística y literaria. Es doctora de la Iglesia, y al leerla, uno no puede por menos de decir: esta mujer sabe mucho de la vida, la de aquí y la futura: "Vivo sin vivir en mi/ y tan alta vida espero/ que muero porque no muero". Lo cierto es que la dieron por muerta, bien joven, en el convento, hasta el punto de tenerle preparada sepultura, pero al verla su padre, según ella misma contó después, se plantó diciendo: "Esta mujer no está para enterrar". Y tenía razón. Se salvó tras larga convalecencia para renacer con nuevas fuerzas y proyectos que ya conocemos. Teresa de Jesús, nuestra Teresa.

Les dejo con ella:

Veis aquí mi corazón

Yo le pongo en vuestra palma,

Mi cuerpo, mi vida y alma,

Mis entrañas y afición;

Dulce Esposo y redención,

Pues por vuestra me ofrecí,

¿Qué mandáis hacer de mi?