He leído algún artículo, con referencia a las pretensiones de los independentistas catalanes que se trata de "un crucero a ninguna parte con escala en Soto del Real". No tengo nada que decir sobre la "escala", porque hace tiempo que muchos pensamos, y bastantes lo han dicho, que los señores que encabezan el independentismo de Cataluña merecen ese destino provisional y que el Gobierno de España ofrece un silencio -más bien una inoperancia- que no parece oportuna en las circunstancias que se viven por el noreste peninsular. Lo que me llama la atención y está contra mi opinión es que se trata de "un crucero a ninguna parte".

La Historia nos ha presentado muchas ocasiones en las que personas importantes han comenzado un viaje por las carreteras del poder en el que el final resultó equivocado. Incluso se obtuvo lo que se pretendía (el poder); pero la oposición que existía en aquel país demostró que el viaje había sido "un crucero a ninguna parte". Los vencedores no disfrutaron del poder alcanzado, porque la oposición fue tan fuerte que el poder cayó muchas veces con el triunfador en la "escala señalada, aunque no se llamara "Soto del Real". El final del crucero no fue a ninguna parte favorable para el viajero; se trató de una parte muy claramente contraria a las intenciones de quien dirigía la marcha.

Así parecía que pudiera ocurrir en lo de Cataluña hasta el domingo 8 de octubre. "Los catalanes" tan cacareados podían referirse a todos los habitantes de la región, o, por lo menos, a la mayor parte; el silencio de los que no optaban por la independencia podía ayudar a la parte favorable del "crucero" emprendido por los políticos más amantes de ser independientes. Pero resultó el día 8 de octubre que la mayoría no era silenciosa, sino "silennciada", como acertadamente se dijo. Y rompió el silencio impuesto para proclamar con voz muy sonora que no querían la independencia de Cataluña, sino que optaban por seguir siendo "catalanes y españoles". ¿Cuántos salieron a la calle? Como siempre, surgió la controversia: Los organizadores de la manifestación hablaron de 950.000 manifestantes, casi un millón; la Policía local, (indu-dablemente dirigida por la Generalitat) contabilizó sólo trescientos mil. Creo que, con ver en la televisión la calle de la Diagonal y las calles próximas, cualquier persona, objetivamente observadora, se inclina a favor del número asegurado por los organizadores. Y de hecho todos los que han hablado del asunto dicen "un millón", aunque, tal vez, exageren la cantidad exacta.

Sin entrar a discriminar quién tiene razón, basta con entender un número significativo para ver que no es acertada la cantidad de seguidores que siguen a los organizadores de la independencia de Cataluña. Y se puede comprender, sin ninguna duda, que la caminata que los lleva se dirige a un término desagradable para ellos; no van "a ninguna parte", sino que se dirigen hacia Alcalá Meco, en primer lugar; no por un breve tiempo, sino, tal vez, por un abultado número de años. Si se dirigieran a "ninguna parte", les luciría el sol en el horizonte cuando se terminara su aventura; pero su empeño en conseguir lo que pretenden, a todas luces casi imposible, les oscurecerá el horizonte y no verán el sol de la tranquilidad y la paz para llevar a cabo sus ocupaciones; sino la tristeza de una vida entre rejas por muchos años. Sin duda, eso es muchísimo peor que "ninguna parte".

Parece que las cosas van por el camino de impedir la continuación de la escapada independentista. Es posible que la adopción del artículo 155 remedie los sucesos y haga volver al redil a quienes hoy van por mal camino. Entonces, su marcha no será "a ninguna parte", sino hacia el abandono del lugar que ocupaban antes de comenzar la empresa. Con el fracaso de su intentona se verán reducidos -y ya pueden dar gracias a Dios- a simples ciudadanos de la restaurada Comunitat Catalana. Eso es mejor que dirigirse "a ninguna parte" -como alguien dice que tienden ahora- o a ese lugar peor que es el destino suponible de su progresía.