El desafío de los independentistas catalanes ha tenido varias consecuencias previsibles: la exteriorización del sentimiento españolista en muchos ciudadanos que supuestamente lo tenían aletargado y la consolidación de un bloque constitucionalista que se había ido erosionando con el paso del tiempo. Las calles se han inundado de banderas y otros símbolos para expresar públicamente que el espacio que habían ganado los primeros también pertenece a los ciudadanos que han estado viendo y escuchando, casi siempre desde la pasividad contenida, las manifestaciones de quienes han conseguido poner en jaque al estado de derecho. Salvo cuando la selección española de fútbol ganó el mundial de Sudáfrica en 2010 y las Eurocopas de 2008 y 2012, nunca antes las calles y los balcones de muchos rincones de España se habían engalanado con tantas banderas rojas y gualdas. Curiosamente hemos redescubierto el significado de la enseña nacional gracias al balompié y, ahora, a los independentistas catalanes.

En mis clases suelo explicar la importancia de los símbolos en la vida social. Las relaciones que mantenemos en nuestra vida cotidiana no solo se desarrollan con palabras, guiños o gestos, es decir, a través de la comunicación verbal y no verbal, sino también con símbolos que dicen mucho de lo que somos a nivel individual y colectivo. Las banderas, por ejemplo, no dejan de ser telas de bonitos colores (rojo, verde, azul y amarillo son los que más abundan) y dibujos: soles, lunas, cruces, coronas, etc. Si un extraterrestre llegara a la Tierra y viera una bandera en un balcón, una calle o una plaza, únicamente diría que es un trapo ondeando a los cuatro vientos. Nosotros, sin embargo, aunque muchas veces nos comportemos como auténticos extraterrestes y desconozcamos lo que sucede a nuestro alrededor, somos capaces de matar, herir, insultar e infringir daños a los demás por defender lo que significa esa tela: una visión personal y, casi siempre, colectiva. Porque las banderas representan el nosotros frente a los demás. Y viceversa.

Las banderas y cualquier otro símbolo científico, técnico, nacional o religioso (abreviaciones, estandartes, escudos, himnos, cruces, imágenes, etc.) son la representación de una idea, con características y rasgos asociados por una convención socialmente aceptada. No poseen un significado en sí mismo, excepto el que se les ha asignado; es decir, hemos sido nosotros, personas de carne y hueso, quienes le hemos otorgado tal o cual significado, tal o cual representación. Por eso es habitual llegar a un lugar, encontrarse con un símbolo y reclamar la ayuda de un experto en la materia para descifrar el significado real de lo que estamos presenciando. Porque estas representaciones no son algo natural sino una construcción social cuyo significado solo puede entenderse en cada situación o circunstancia concretas. De ahí que defender o despreciar un símbolo sea tanto como estimar o ultrajar a quienes lo recrean. El problema es cuando algunos símbolos representan ideas y valores trasnochados que solo sirven para regresar a las cavernas.