Pese a que intuía un Trastorno Mental Transitorio (en él y en mí), el martes decidí seguir a pecho descubierto y sin anestesia el discurso del señor Puigdemont en el Parlament. A las seis en punto de la tarde, armado con libreta y estilográfica (la ocasión lo requería), me arrellané en un sillón frente a la tele. Pero la función no comenzaba y nadie sabía por qué, aunque todo el mundo lo sospechaba. Los pasillos y el propio hemiciclo parecían la M-30 al inicio de un puente: idas, venidas, aglomeraciones, atascos, gentes con cara de cabreo, desfiles de los de la CUP perfecta y maravillosamente uniformados, corrillos, cuchicheos, gestos raros?

Iban pasando los minutos y, como aquello no se aclaraba, opté por coger el transistor y darme una vuelta por el campo. Mientras observaba los rastrojos resecos, las viñas ya semidesnudas y descoloridas y las polvaredas que levantaban los tractores en las viesas, comenzó a hablar don Carles. Y, pum, tras un preámbulo esperado y soso, soltó la proclamación de la independencia (o eso entendí yo) en base a los deseos del pueblo catalán, de los resultados del referéndum del 1-O y de las leyes aprobadas a la mecagüental (así no lo dijo, claro) en septiembre. Y yo pensé "ya se lió"", pero el bueno de Puchi respiró hondo, bebió agua y añadió que la cosa se aplazaba unas semanas para buscar el diálogo, la mediación internacional, etc. ¿Cómo se comía aquello?, ¿había declarado la independencia?, ¿no lo había hecho?, ¿era con freno y marcha atrás, en diferido, retroactiva desde 1714 o desde Ramón Berenguer, en cómodos plazos, al contado?

En las tertulias no se ponían de acuerdo. En el propio Parlament, tampoco. En la Moncloa decían que mejor esperar a mañana. Pablo Iglesias que no; Albert Rivera que sí. Y yo por un camino rural desconcertado y así como levitando. Y fue entonces cuando me acordé del gran Gila. Y lo imaginé con su camisa roja y su cara pícaramente seria descolgando su inseparable teléfono, marcando y?

-Oiga, ¿es ahí la independencia? Que se ponga. Ah, que no se puede poner porque no se sabe si ha venido o no, ni donde está, ni si aparecerá. Y dice que ya la han requerido desde Madrid y no da señales de vida. ¿Esto de requerido es que la quieren dos veces o que no la quieren ninguna ¿Y usted le podría decir que he llamado y que quiero hacerle una consulta? Es que verá, esto de la independencia ¿es solo para una parte o para todos? Porque yo quiero independizarme de tres o cuatro vecinos de mi escalera y no hay forma. Son unos pesados, todo el santo día dando la lata con las banderas, los himnos, con que les robamos la luz del ascensor, los cubos de la basura, los detergentes? ¿Que usted no sabe lo qué hay que hacer? Pues, vaya ayuda. He preguntado a los del Gobierno, a los de la Generalitat, a los miles de expertos que hablan por la radio y por la tele y nada. Unos que sí; otros, que no, como la Parrala. ¡Hala!, ¿que ya llaman a la independencia la Parrala? O sea que para otra vez, pregunto por la Parrala y ya me lo aclaran todo. Menos mal.

Y, de repente, a Gila se le ilumina el rostro. Mirada de niño travieso, ojos granujas anunciando la faena, vuelta a marcar un número y?

-¿Es ahí el artículo 155? Que se ponga. ¿Y usted en vez de artículo no podía ser verbo o sustantivo o adjetivo o pronombre, que suenan como más fuerte? Porque eso de artículo es flojucho, como esmirriado y así no le van a hacer caso. Yo quería saber qué tal se lleva con la independencia. ¿Mal? Me lo imaginaba. ¿Y usted es tan duro como dicen? ¿No? Ah, que solo si lo cabrean mucho y le cantan, con rechifla, la copla de la Parrala. ¿Cómooo? Que no ha actuado usted hasta ahora. Pues vaya estreno que va a tener. Que Dios le coja confesado. Y recuerdos a la Parrala.

Como quiera que durante esa noche y en días sucesivos no había acuerdo sobre la declaración o no de independencia, me acorde de otro genio, de Cantinflas. Y lo vi con su gorra ladeada, su bigotín, su pañuelo al cuello, sus pantalones remendados y caídos y aquella forma tan cómica y peculiar de decir sin decir nada.

-A ver, mi cuate, esto es como si declaráramos sin declarar porque si declaramos, no más ya está declarado, pero si no declaramos, pues como si no hubiéramos declarado y entonces a la declaración no podía llamársele propiamente dicho declaración, sino como que si fuera una declaración no declarada, pero que podría declararse si el aplazamiento no se aplazara. Pues, así de clarito está todo. Y vamos a tomar un tequila mientras se requiere a la declaración que se declare o deje de declararse.

En fin, que Gila y Cantinflas le dieron el toque serio y riguroso a un asunto que está discurriendo por lo kafkiano y surrealista. Veremos qué pasa mañana, pero me temo que, desde la Generalitat, digan aquello de: ¿Eres un fascista o piensas como yo? Hasta ahí hemos llegado.