Ha sido la de este año, en el día de la fiesta nacional, una gran parada militar, brillante, espectacular y multitudinaria. Apoteósica. Hacia varias décadas que no se registraba tal cantidad de público en los aledaños del Paseo de la Castellana, en Madrid, para presenciar el desfile conmemorativo. Lástima que al final la trágica noticia de la muerte de uno de los pilotos que había participado en la exhibición aérea cuando se disponía a aterrizar en la base de Los Llanos, en Albacete, ensombreció la celebración, seguida como siempre por la recepción real a más de mil invitados, con la conmoción del accidente aéreo y de la rebelión de los secesionistas catalanes como temas principales de conversación en los corrillos de asistentes que se forman en estos actos.

Toda España estuvo representada en la parada, salvo Cataluña, País Vasco y Navarra, cuyos presidentes autonómicos, lo mismo que en anteriores ocasiones, no acudieron al desfile. Pero había miles y miles de personas, ondeando miles y miles de banderas a lo largo de más de dos kilómetros de recorrido, que eran el testimonio vivo de la reivindicación, ahora más que nunca, de la unidad de España y del orgullo de ser y de sentirse español. Fue una gran fiesta, con aplausos constantes, sin los habituales abucheos a los políticos, con vítores a los Reyes, a España, al Ejército, a las fuerzas del orden, con la Policía Nacional participando por vez primera, y escuchando entusiastas ovaciones compartidas con la Guardia Civil, que despierta los entusiasmos tradicionales de siempre, igual que el paso vivo de la legendaria Legión o el paso lento y mayestático de los Regulares.

Esta vez, muy oportunamente, el Gobierno y en concreto la ministra de Defensa, Cospedal, se habían volcado en la conmemoración, que llevaba mucho tiempo pasando desapercibida casi, sin pena ni gloria apenas, como si se tratase de algo vergonzante a lo que no convenía dar mucho eco. De ahí, entonces, las broncas y silbidos del público que presenciaba los desfiles a los políticos presentes y que cayeron principalmente en su momento sobre el nefasto Zapatero cuando los socialistas gobernaban y hacían de lo que antaño fue una gran conmemoración nacional apenas un remedo, con los participantes y los medios y el tiempo de duración contados, mínimos, para evitar gastos en tiempo de crisis, decían, mientras lo derrochaban por otros muchos lados.

Han participado este año más de 4.000 militares con sus distintas divisiones, mientras luego la ministra, que lo está haciendo muy bien, recordaba que el Ejército siempre está dispuesto. No faltaron los prolegómenos emotivos de cada ocasión, como el izado de la bandera, como la ofrenda a los caídos, consagrada en esta ocasión especialmente a las víctimas del terrorismo yihadista, con la asistencia de los embajadores de los países que sufrieron la muerte de ciudadanos compatriotas en el atentado de agosto en Barcelona. Resultó, en resumen, una gran fiesta del Día de España, muy seguida también esta vez a través de la transmisión televisada, dada la sensibilización existente sobre el amor a la patria común.