Cuesta creer que aquella gente con la que llegaste a tratar a lo largo de muchos años, bien por ocio, bien por asuntos profesionales haya cambiado tanto. Que aquellos con los que tuviste cierto acercamiento, ahora no sean personas abiertas y comprensivas, por mor de habérsele inoculado ideas diferentes. Cuesta pensar que esas personas te vean de otra manera, y que tú mismo las mires con recelo; que aquellos rincones, de singular encanto, que abundan en la ciudad de Barcelona no los puedas disfrutar ahora de la misma manera, por sentirlos, mal que te pese, de manera distinta.

Pero es que la que fue la ciudad más abierta de España, durante muchos años del siglo pasado, la que más se acercaba a Europa, se esté convirtiendo en provinciana, próxima al pensamiento único, y que aquellas mentes despejadas, ahora piensen que solo lo de dentro es lo bueno, que solo lo propio merece la pena, que el resto del país está contaminado.

En todas partes estamos expuestos a que nos distorsionen la mente, a que nos manipulen, a que jueguen con nuestros sentimientos, bien sea tergiversando la historia o empujándonos a hacernos adictos al juego del toco-mocho, aun a sabiendas que estemos condenados a perder. En uno de ellos, mora y manda una alcaldesa, que parece querer ser sucesora de aquel que dicen que asó la manteca, aquel del que se cuenta que obró o discurrió neciamente, bien por no tener muchas luces o porque en determinado momento le cogieron despistado. Tal parece ser el caso de la alcaldesa de Madrid que, en su quehacer diario, parece estar más pendiente de lo que les preocupa a los catalanes, o a determinados catalanes, que, a los propios madrileños, a los que se debe.

Ese interés en habilitar locales para que vayan a Madrid lideres independentistas a soltar su sermón proselitista, no se ha entendido en la capital de España, porque dar facilidades a quienes han tachado de ladrones al resto de los españoles, de los que forman parte los madrileños, al menos de momento. Nadie se ha olvidado de aquello de que "España nos roba", ni tampoco de haber calificado de represores a los españoles, o de practicar la ley del embudo, cuando de repartir la pasta de los presupuestos del Estado se trataba.

De un tiempo a esta parte, los autodenominados independentistas se ufanan en defender el abucheo del himno nacional, argumentando que forma parte de la libertad de expresión, o se permiten quemar la bandera de España, usando argumentos parecidos. Por el contrario, esa libertad de expresión, de acción, o de derechos fundamentales, se ve cercenada cuando se trata de dar clases en español a quienes así lo solicitan, porque eso, según ellos, es propio de fascistas. Y es que, todo lo que no pase por la rueda del pensamiento único independentista es considerado como de fascistas, franquistas, falangistas y algunos otros vocablos terminados en "istas".

Al ayuntamiento madrileño, y al partido que lo soporta, todo le tiene sin cuidado, y le parece "un gesto magnífico" que el golpista Puigdemont se haya prestado a hablar con los representantes del Estado, tras haber declarado la independencia de Cataluña. Pero claro, no han caído en la cuenta que quien tiene la cabeza de manteca no debe acercarse al horno, pues corre el riesgo que llegue a deshacérsele.

La penúltima "gracia" del ayuntamiento de la capital de España ha sido la de hacer lo posible para que no se colocaran banderas de España el día de la Fiesta Nacional, o que se colocaran las menos posibles, como si fuesen las del enemigo. Algo que no debería estar sujeto a debate, ha sido utilizado por aquel ayuntamiento como bandera - nunca mejor dicho - de una causa partidista. Porque no se ha caído en que el fuego y la manteca.

Hay quien defiende que eso de las banderas es una chorrada, que solo ha servido, a lo largo de la historia, para fomentar enfrentamientos y luchas, y provocar calamidades. Y probablemente no les falte razón, pero tal idea podría ser respetada si así se pensase en todas partes, lugares y países, si no se les diera un significado, si no se utilizaran para hacer política, en el peor sentido de la palabra. Pero, por el momemto, esas telas de colores son lo que son, guste o no, y no se debe dar pie a someterlas a menosprecio, porque siempre habrá gente que se sienta atacada en lo más profundo de sus sentimientos.

Hay a quienes les molesta la bandera de todos, pero se da la circunstancia que esos mismos portan banderas hasta en los partidos de fútbol, en las fiestas del pueblo y en las procesiones religiosas. Y que se sepa a nadie se le ha pasado por la cabeza retirarlas, vejarlas o quemarlas, como tampoco a los pendones, enseñas, distintivos y blasones - que también son pedazos de tela, más o menos trabajados - que proliferan por todas partes, incluidos los lugares donde abundan los asadores de manteca.