Soy un zamorano, oriundo, por tanto, del país leonés y resido en Cataluña hace muchos años. Uno de la diáspora, vamos. Desde hace tiempo, me vengo proponiendo no dar mi parecer respecto al referéndum de independencia de Cataluña ni sobre los anhelos de muchos zamoranos por formar una autonomía separada de Castilla. Son dos temas que no tienen nada que ver, aunque algunos, con buena o mala intención, se hayan propuesto compararlos e, incluso, asociarlos. Desde luego, no es así, ni de lejos.

Me entero que algunos colectivos de Zamora -como en otras ciudades- se manifiestan por el derecho a decidir de los catalanes. Y yo me pregunto ¿Quién le ha dicho a usted que necesito su apoyo para decidir? Métase usted en los asuntos de su tierra: de Zamora, del país leonés, que necesitados andan de soluciones. Hagan política de proximidad y no se vayan por las ramas.

Miren, señores manifestantes: Los catalanistas separatistas -hay otros catalanistas que no lo son- siempre han mirado por encima del hombro a estas tierras zamoranas y leonesas. Consta hasta en libros de texto, incluso de la época franquista. Quieren separarse, precisamente por ese complejo de superioridad, que llaman histórica, pero no sé de donde les ha salido, porque León tuvo reyes y cortes democráticas cuando Cataluña o Castilla eran simples condados feudatarios. Pero no es esto de lo que quiero hablarles, sino del error de su posicionamiento.

Yo, ya lo dije, vivo y trabajé en Cataluña durante cuarenta años. He formada una familia, tengo hijos y nietos nacidos en tierra catalana y, por supuesto, son lo mejor que me ha pasado. Soy pensionista, podría vivir mejor, pero no me quejo. Dicen que tengo derecho a decidir, pero yo no quiero ejercer ese derecho y, como yo, muchos más. No tengo por qué elegir entre ser de aquí o ser de allá, cuando hasta ahora, todos éramos españoles y europeos y no nos iba tan mal como quieren hacer pensar quienes les han convocado a ustedes. Soy zamorano, ya lo he dicho, y eso no puedo dejar de serlo, porque es de nacimiento. Sí, yo tengo derecho a decidir y he decidido no decidir.

Para los independentistas, mi postura es la del extranjero que no se ha integrado. Entonces, ¿por qué se empeñan ellos en elaborar censos de los catalanes que residen en Madrid o en París para que voten? ¿Los catalanes tienen derecho a no integrarse en otros lugares y yo tengo la obligación de ser catalán? Alguno me ha contestado "no se preocupe, tendrá la doble nacionalidad". ¿Y para qué quiero yo tener dos culturas nacionales si mi única cultura es la europea, que engloba todas esas pequeñas particularidades?

Vuelvo, señores manifestantes, al inicio. La tierra donde viven, Zamora, no ha dejado de perder peso económico y demográfico desde hace décadas. Sus habitantes jóvenes tienen que marchar en mayoría, porque aquí no hay trabajo. Ha ocurrido desde hace tiempo, pero el problema se viene agudizando y enconando, a punto de rebasar una situación límite. Hay grupos que achacan esta flagrante decadencia a la división autonómica, porque no se reparte igual el presupuesto entre nueve provincias que entre tres. Y más si las ayudas destinadas a esas tres, que han ido cayendo a la cola de Europa, se reparten entre las nueve. Los leonesistas vienen pidiendo la salida de nuestas tres provincias para formar una nueva autonomía conforme a la Constitución. Pero ese otro derecho a decidir, mucho más posible, a los convocantes de su manifestación no les interesa: dicen que ya está bien así. Será para ellos.

Miren, esta dicotomía me hace pensar mal. ¿Por qué Cataluña sí y el País Leonés no? ¿No será que sus convocantes lo que quieren es arremeter contra algo básico, como una Constitución, como los cimientos de un Estado? ¿No será que siguen consignas, o que alguien les financia -Montoro debería estar en condiciones de dilucidarlo- para desestabilizar a España y a Europa? Flaco favor, señores manifestantes, le están haciendo ustedes a su tierra en decadencia, a ustedes mismos y a sus hijos que tendrán que irse a la diáspora, cuando reivindican derechos y presuntas mejoras para gentes lejanas, pero ignoran los suyos propios.

Carlos Cabañas es profesor emérito jubilado y escritor