De nuevo septiembre nos trae uvas maduras, pimientos rojos y hojas amarillas; también noches frescas y días demasiado soleados, aún más con la pertinaz sequía. Además, en este mes recibimos a los alumnos en el instituto. Siempre hay expectación, tendremos mucho profesorado nuevo, casi la tercera parte del claustro. Sigue subiendo el número de interinos y la provisionalidad, con las nefastas consecuencias que esto tiene para mantener proyectos educativos de centro y otros planes de mejora educativa. De los recién llegados, muchos de ellos tienen media jornada, lo que tampoco permitirá llevar a cabo desdobles, apoyos y otras medidas de atención a la diversidad que tanto echamos de menos en los centros de nuestra comunidad. El trabajo de los equipos directivos resulta casi milagroso por la dificultad de confeccionar horarios para una plantilla tan dispar. Ellos y los docentes abnegados, son los que cubren las vergüenzas de una administración educativa más ocupada en la propaganda - "Castilla y León tiene los mejores resultados académicos de toda España" - que en dar respuesta satisfactoria a las necesidades de personal y medios demandados cada año.

Lo más divertido en este comienzo de curso, como en los anteriores, es recibir a los alumnos, sobre todo a los que vienen por primera vez. Aquellos que llegan a primero de la ESO tienen doce años y van a compartir pasillos, hall y otros espacios con chicos y chicas de bachillerato o de ciclos superiores de formación profesional que les pueden doblar la edad. Resulta simpático y enternecedor, además de muy positivo en su proceso de socialización. Pasadas las primeras semanas en las que se suelen perder alguna vez y no encuentran el aula que les toca, todos manifiestan estar muy a gusto y encantados en su nueva vida de auténticos estudiantes.

Con los bachilleratos las emociones están más atenuadas, en primero casi la mitad llegan de otros centros y se muestran expectantes. Lo mismo me pasa a mí. Por eso me siento afortunado, cada curso estreno alumnado que vuelve a tener entre 16 y 18 años. No tengo más remedio que mantenerme joven y a su altura. Aunque debo confesar que los últimos años compruebo en su actitud y en sus expectativas un sentimiento de incertidumbre. Solemos comenzar por un ejercicio que les anuncio vamos a realizar con frecuencia, deben reflexionar sobre qué les preocupa más, que ocupa más su conciencia; deben escribirlo y después lo compartiremos en clase, esto último será voluntario. Les comento que estamos poniendo en práctica uno de los objetivos de la asignatura de Filosofía: aprender a filosofar. Ya dijo el mismísimo Kant que no era posible enseñar filosofía sino a filosofar. En ello estamos, tratando de que se enfrenten a su propia conciencia, a que vayan reconociéndose más allá de sus fotos en las redes sociales. Alguno dice yo no sé o no soy capaz. Les cuesta realizar una tarea que debe ser fundamental para cualquier persona y que nuestro sistema educativo olvida. Debemos preparar a nuestros jóvenes para un mundo incierto, para un futuro complejo e impreciso y apenas nos ocupamos de ello. Bueno sí, en la introducción de todas las leyes de educación se manifiesta que pretenden fomentar un pensamiento crítico y creativo. Ya, y eso ¿cómo se hace, cómo se consigue? Porque los currículos de todas las materias apenas han cambiado los últimos treinta años y nuestros jóvenes de bachillerato se muestran incapaces, incluso los que tienen mejores notas, de poner en práctica ese pensamiento. Lo que sí dejan claro es que tienen miedo y están preocupados porque no saben qué hacer después del instituto, qué grado estudiar y si eso le servirá para trabajar después. Tienen noticias de que los estudios universitarios no garantizan una salida y el horizonte laboral cada día aparece más confuso. Tenemos que ayudar a esta juventud a enfrentar la incertidumbre porque ya no podemos ofrecerles una vida definida ni un futuro seguro. Esos tiempos pasaron.

Encontramos que la LOMCE cuenta entre sus competencias clave la de aprender a aprender, algo muy razonable pero con escasa repercusión curricular. Resulta que desde cualquier disciplina debemos trabajar esta y las demás competencias, pero es muy difícil conseguir objetivos si nos quedamos en la declaración de intenciones y no entrenamos con seriedad una destreza tan fundamental para su vida. No parece suficiente la insistencia con la formación del profesorado en el Aprendizaje basado en proyectos. Está bien referir el aprender a algo real, con sentido para los alumnos. Pero si conoces la importancia del aprendizaje significativo: siempre hay que comenzar por lo que el alumno ya conoce, por lo que ya tiene un significado para él, tendrás mucho avanzado.

La división clásica entre ciencias y humanidades-sociales, va perdiendo sentido; este bloqueo en modalidades que limitan la optatividad me parece un error. En los países nórdicos ya han roto con este rígido molde y cada alumno va conformando su horario optando por las asignaturas que más le gustan, para llegar al final de la etapa de bachillerato con los créditos necesarios para seguir en la universidad o en formación profesional. En Finlandia cuentan en sus institutos con horas para aprender a cocinar y otras tareas del hogar. También deben desempeñar un trabajo durante al menos seis meses antes de incorporarse a la universidad. Allí se tiene claro que la juventud necesita prepararse para un mundo globalizado, que está provocando cambios muy profundos en la economía, la política y, sobre todo, en la vida laboral.

Educar para la incertidumbre no es una opción, es una obligación para todos los estamentos implicados en el proceso educativo. No tenemos certezas sobre el mundo venidero, ni seguridad en las respuestas que nuestros jóvenes deban dar.