Aunque la tierra se haya tragado más cuerpos de los que sostiene -quiero pensar que de eso se nutre la tierra, de nosotros- no es morir común ni para el común de los mortales. O, al menos, al entendimiento racional, se le antoja difícil comprender -sobre todo, si la muerte irrumpe despiadada-. A medida que avanzamos en el camino, pienso si, a través de las pérdidas, la vida no hace sino hacerte entender tu propia finitud, esto es, si necesitamos la muerte de los demás para entender mejor la nuestra. Pero, con estas palabras, no pretendo generar disquisición alguna acerca de lo que supone estar o no estar vivo. Pretenden ser un pretexto para explicarme por qué muchas veces la vida -o la muerte-, no da opción a una despedida y, entonces, se precipita una disolución. La vida -o la muerte- elige por ti.

Lo cierto es que vengo padeciendo algunas disoluciones de forma reciente. Apenas ha un año, Manolo se iba; un día de estos que fueron, Eva emprendía viaje y, el pasado sábado, mi querido Paco volaba hacia no sé dónde. Casualmente, los tres, os fuisteis en septiembre. Cuando todo el mundo está de regreso. Cuando comienza la vida de nuevo. Cuando huele a otra estación. Pero, también, cuando el arrebol pinta los mejores atardeceres.

Quiero pensar que, en gran medida, estamos compuestos de palabras -mi profesión me incita a ello-, que estas nos definen y configuran pero, pensándolo fríamente es tan importante lo que se dice como lo que no. Porque la vida se compone, en parte, de lo que se hace y de lo que se dice pero, por supuesto, de lo que no se dice ni se hace. La ausencia de una palabra puede tener más incidencia en nosotros o en el prójimo que si es enunciada. Lo mismo sucede con los hechos que labramos que no dejan de ser una herencia de lo cotidiano.

Aunque el dolor me tenía bastante descompuesto, pude dilucidar durante el velatorio de Paco que todos esos abrazos que nos dábamos entre nosotros, son los abrazos que quisimos darle a él y la vida -o la muerte- nos privó. De alguna manera, somos ladrones de abrazos. Le robamos los abrazos al que falta. También cuando la vida -o la muerte- no permite la despedida y ha elegido disolución, nos convertimos en ladrones de abrazos, lágrimas y besos. La despedida contiene mucho de belleza, de serenidad y de preparación para el duelo. Es una puerta liminar al precipicio, sí, pero incluye sedación.

Con todo esto, quiero anunciar que me preparo para la ausencia, el recuerdo y la memoria, pues aunque la vida -o la muerte- se me adelantó eligiendo estas disoluciones, yo, obstinado, me dispongo a despedirme. Así que, amigos: no quiero que olvidéis que os recuerdo, que recordari significa volver a pasar por el corazón y, ante todo, que para aquellos que no podemos evitar recordar, la ausencia es una presencia velada. Tampoco quiero que olvidéis que mantengo la posesión de las últimas imágenes: una buena copa en una azotea de Madrid, Manolo; la sonrisa más bella en el hall de algún principal teatro, Eva; y el abrazo rodeado de ruido en una plaza para decirnos adiós, Paco.

Hasta siempre, amigos.

En mi memoria Manolo Morales, Eva Crespo y mi amigo del alma, Paco Centeno. Para vosotros, todos estos abrazos, besos y lágrimas que robé.