en el evangelio de este domingo, Pedro habla a Jesús con una gran confianza, le pregunta con sencillez. De esta forma nos enseña que también nosotros nos hemos de dirigir a Dios con la misma actitud. El Señor nos escucha y desea ayudarnos.

La pregunta de Pedro la podemos hacer nosotros. También nosotros recibimos ofensas que en ocasiones nos cuesta mucho perdonar; también pensamos, quizás, que la paciencia tiene un límite. Pedro pone como medida el perdonar siete veces. Es posible que pensara que se quedaba corto en el cálculo de las ofensa recibidas, pues difícilmente se ofende a una persona siete veces y siete veces se le pide perdón. Pero el Señor le multiplica aquel número de modo inesperado, se lo multiplica por diez. En realidad aquella respuesta equivalía a un perdonar siempre, por muy grande que fuese la ofrenda recibida.

Para corroborar su respuesta le expone una parábola que no da lugar a dudas. La comparación entre la deuda del amo (diez mil talentos) y la del siervo (cien denarios) arroja una diferencia abismal, teniendo en cuenta que un talento equivalía a seis mil denarios. Jesús pretende mostrar así que si el Señor nos perdona todas las ofensas, cómo no vamos nosotros a perdonar las ofensas que nos hagan. Éste es un punto clave del mensaje cristiano, el perdonar siempre aunque humanamente nos resulte costoso. Escuchamos o decimos: "perdono, pero no olvido". En esta expresión se encierra una gran falacia porque queremos aparentar que perdonamos, "con los labios", pero no perdonamos con el corazón. En el fondo tenemos archivado el mal que nos han hecho para sacarlo a relucir en la primera ocasión que podemos.

Perdonar exige una fortaleza de ánimo que sólo posee quien se ha sentido perdonado. Quien se sabe amado sin merecerlo toma conciencia de que, un día u otro, tendrá que regalar a su vez este amor incondicional. El perdón que recibimos de Dios nos hace capaces de perdonar. Sin perdón fraterno no hay comunidad cristiana.

A veces en nuestras vidas hay demasiadas condenas y poco amor. Jesucristo miraba a los pecadores con ojos llenos de amor: a Zaqueo, a la mujer pecadora, al buen ladrón, a quienes le crucificaron, etc., les perdonó sin echarles nada en cara, sin tener en cuenta el número o la gravedad de sus faltas. Pidamos al Señor que también nosotros tengamos el don del perdón.