Siento llevar la contraria a la inmensa mayoría de los ciudadanos. En mi modesta opinión, creo que el verdadero comienzo del año se inicia con el arranque del curso escolar. Las razones son obvias: para muchas familias con chavales en los diferentes niveles de educación (infantil, primaria, secundaria e incluso universitaria), el inicio de las clases y la dinámica que se produce a su alrededor es el acontecimiento que más influye en el día a día de las relaciones personales, tanto dentro como fuera del hogar. Que los más pequeños empiecen la guardería o el colegio es un episodio que se empieza a vivir mucho antes de que abran sus puertas los colegios y los afectados crucen el umbral de esos espacios que van a compartir durante muchas semanas durante todo el año. Y lo mismo sucede con el resto niños, niñas, adolescentes y jóvenes que llegan al instituto o aterrizan en la universidad: en todos los casos, ese ritual supone un momento clave que trastoca la vida cotidiana de los afectados.

Además, ¿cómo olvidar lo que representan los gastos en libros, ropa y equipajes deportivos o los pagos de los desplazamientos, el alquiler del piso de estudiantes y las actividades de ocio y tiempo libre? Quienes durante las últimas semanas han estado ocupados en la gestión de estos asuntos saben perfectamente de qué estoy hablando. Estos gastos son, en muchos casos, los que se llevan la mayor cuantía de la economía familiar, con el consiguiente ajuste del cinturón y otros tipos de sacrificios. Por eso, sigo manteniendo que la verdadera cuesta de enero no está en ese mes tan simbólico sino ahora, cuando hay que hacer frente al desembolso de toda la parafernalia que se exige para acceder a la escuela, el instituto o la universidad. Pero no todo debe referirse al coste económico. Tan importante como el gasto familiar suele ser el significado del rito de iniciación que representa para los escolares y sus familias la entrada en un nuevo ciclo escolar. Quienes los hemos vivido sabemos que son acontecimientos que marcan para toda la vida.

Mucho más, creo yo, que la llegada de un año nuevo que con tanta pompa celebramos en la noche del 31 de diciembre y en la madrugada del 1 de enero. Conozco a muchos padres que han estado esperando el inicio del curso escolar como agua de mayo. Hace unos días, por ejemplo, en una conversación informal, unos padres soltaron con toda naturalidad: "A ver si empiezan el colegio de una vez. Estamos hartos de aguantar a los chicos en casa. Vaya veranito que nos han dado". Y eso que los abuelos de quienes tanto se quejaban han estado echando mucho más que las dos manos en el cuidado de esos chavales que supuestamente tantas impertinencias han dado durante las vacaciones. Quejas similares se escuchan todos los años al inicio del curso; es lógico, por tanto, que los padres pidan que se abran cuanto antes las puertas de los colegios, institutos y universidades. El problema es que con esta manera de pensar estamos convirtiendo cada vez más a los recintos escolares no sólo en espacios para la transmisión de conocimientos sino también en guarderías de urgencia.