De nada vale escudarse, para justificar ciertos atentados terroristas, en el hecho de que España venda armas a terceros y esa y no otra sea la causa de los atentados que tanto dolor nos han producido, se perpetrasen donde se perpetrasen. Las armas convencionales, por muy sofisticadas que sean, ya no se pueden poner como excusa, es más, no se utilizan por parte del yihadismo para materializar sus atentados.

Desde el 11-S las armas son aviones, furgonetas, vehículos de menor o mayor tonelaje, toda la gama de armas blancas como cuchillos, machetes, hachas, los siempre sofisticados venenos y, cómo no, las más rudimentarias bombonas de butano y todo aquello susceptible de servir para la fabricación de bombas caseras. Ni fusiles de asalto, ni metralletas, ni pistolas, ni lanzamisiles, ni lanzallamas ni nada igual o parecido.

En cuanto a los venenos se refiere, que tanto gustaban en la Grecia y la Roma clásicas y en el Egipto de los Faraones, el Daesh y sus voceros en Oriente y Occidente han dado la orden de adquirir cualquier derivado de cianuro, convertirlo en forma líquida y luego introducirlo en una jeringa con la que inyectar el veneno en alimentos como frutas y verduras, que suelen comprar los "cruzados" en mercados y supermercados. Los helados tampoco se ven libres de la atención preferente de estos asesinos en serie que incluyen manual de instrucciones. Por favor, las cámaras de vigilancia en posición y rastreando todos los rincones porque con esta gente nunca se sabe por dónde y de qué manera pueden atacar.

En cuanto a los demás métodos, furgonetas y camiones se llevan la palma, aunque no se descarta ningún tipo de vehículo. Quieren meternos el miedo en el cuerpo y para eso anuncian que "lo que está por llegar será peor y más amargo porque aún no han visto nada de nosotros". ¡Dios mío! ¿Qué puede ser peor? ¿La tortura? Pero ello lleva aparejado el secuestro y con un rehén, o con veinte, es más difícil poner pies en polvorosa.

Lo cierto es que se están preparando, se vienen preparando desde hace tiempo y no para dar satisfacción a Alá, si no a los que se han erigido en jefes de un califato inexistente al que hay que combatir por tierra, mar y aire. Los fanatismos, especialmente los religiosos, no conducen a nada bueno, si acaso al dolor, a la destrucción y a la muerte. Lo malo de su pretensión es que nos quieren convertir a todos y someter a las mujeres y el que no esté de acuerdo, sharía al canto, y de bruces a la lapidación, al degüello o a cualquier otro método de los muchos que practican con los rehenes occidentales que caen en sus manos. Claro que su cultura, su religión, sus tradiciones y sus costumbres siempre encuentran defensores entre los de siempre, los que con tal de ir a la contra serían capaces de dejarse la barba ad hoc, ponerse la túnica y con el kalashnikov al hombro, hacer su propia guerra santa y el juego a esta gente.