Salvo ocultos intereses económicos o políticos, nada explica la resistencia de ciertos jerarcas a reconocer las consecuencias del cambio climático. Los hielos árticos que se resquebrajan, el calentamiento de los mares convertidos en basureros, la contaminación de la atmósfera, la polución urbana e industrial de gases tóxicos, el caótico ciclo de las estaciones, los altibajos de la temperatura y la frecuencia de los grandes huracanes, son algunos de los efectos cotidianos de un fenómeno que antes era ocasional o, simplemente, no existía. Quienes niegan esta evidencia, científicamente verificada hasta la saciedad, tendrían que aportar justificaciones no menos científicas de sus negativas. No lo hacen porque no las tienen, y con ello agigantan su irresponsabilidad.

Cuando el señor Trump canceló el compromiso de su antecesor en la última cumbre mundial sobre el clima, fingió hacerlo por su obsesiva deslegitimación de todo lo bueno conseguido por Obama. Negar la degradación del ambiente es blindar la falsa ignorancia que conviene al gran capital norteamericano y sus trusts extractivos y fabriles. La unanimidad del resto del mundo, salvo Siria y Nicaragua, estimularía las sanciones contra EE UU, a imagen y semejanza de las que impone este país cuando se le lleva la contraria. Pero con la iglesia (del dólar) hemos topado. Todos temen la respuesta del imperio, incluso al reconocer un hecho tan indiscutible como el envenenamiento de la Tierra y consensuar programas de defensa.

Están justificadas las sanciones a Corea del Norte, por poner en peligro la paz del mundo nada menos que en términos nucleares. Pero lo estarían también las decididas contra quien niegue por intereses locales la inmensa crisis climática de todo el planeta. El objetivo de no superar en lo que queda de siglo el aumento de dos grados en la temperatura casi parece angelical, porque ese incremento puede ser mortífero si los ciclos naturales no recuperan el orden en que ha nacido la especie humana, las animales, los bosques y los ríos, las cosechas y las oscilaciones de la temperatura. Lo atroz es el pronóstico científico de que, si no arranca ya la epopeya de la regeneración, los dos grados propuestos como objetivo quedarán desbordados por una realidad impredecible.

Stephen Hawking sugiere que vayamos pensando en emigrar a otros planetas. Con mentalidades como la de Trump, no es descartable que aparezcan voluntarios.