Lamento no compartir el entusiasmo de tantos comentaristas de este país y de otros por el tan joven como ambicioso presidente de la República francesa, Emmanuel Macron.

El egresado de la Escuela Nacional de Administración, vivero de las elites del país vecino, y ex banquero de Rothschild demostró ya, siendo ministro de Economía del Gobierno de François Hollande, su profundo racismo de clase.

Como botón de muestra vayan algunas frases recogidas en su día por diversos medios franceses, pero a las que no se les ha querido tal vez prestar la atención debida.

Con ocasión del cierre de un matadero en una región de Bretaña muy afectada por el cierre de fábricas, Macron se refirió a su plantilla como formada "por mujeres, en su mayoría analfabetas", a las que costaría encontrar de nuevo trabajo.

En presencia de unos huelguistas que le reprochaban el que el Gobierno hubiese aprobado sin discusión la Ley del Trabajo, Macron se encaró con uno de ellos y le dijo que no le asustaba con su camiseta y que "la mejor manera de pagarse un traje es trabajando".

En un discurso pronunciado durante la inauguración de lo que en Francia se conoce como una incubadora de "start-ups" (empresas jóvenes) en el lugar antes ocupado por una estación ferroviaria, Macron soltó otra de esas frases que le definen.

"Una estación es un lugar en el que se cruza gente que triunfa con gente que no es nadie", dijo el ministro, quien en otra ocasión aseguró estar "totalmente determinado a no ceder ante los holgazanes".

Ése es la faz real de un presidente, de quien no debe sorprendernos que una de sus primeras medidas haya sido una rebaja de impuestos, en teoría a favor de la inversión y la creación de empleo, pero que beneficiará sobre todo a los ya ricos.

El presidente de un país en el que se burlan los propios principios republicanos de libertad, igualdad y fraternidad cuando se detiene y persigue judicialmente, como si de terroristas se tratara, a personas cuyo único delito fue solidarizarse con los migrantes, dándoles comida y cobijo.