Vuelta al colegio y como siempre por estas fechas resurge el debate y la polémica sobre los problemas habituales, como los precios de los libros, los lugares de venta, el adoctrinamiento de algunos de sus contenidos, y otros temas de conversación y discusión entre padres, profesores y los propios alumnos que también tienen qué decir, lógicamente, sobre estos temas que tan directamente les conciernen. Porque, una vez más, renace el tema de los uniformes. Y de si las niñas deben ir a clase con falda o pantalón, reivindicación esta, como es fácil suponer, de los grupos feministas más radicales que cada año siguen dando la tabarra con lo mismo, como si eso fuese cosa suya, y no de las chicas, que unos días se ponen falda y otras pantalón, según les venga en gana y según la ocasión, porque no es lo mismo tener esa jornada lectiva ejercicios de educación física que lecciones de matemáticas o lengua.

Y en todo caso será asunto de las madres, no de las feministas. Vale y ha valido siempre lo de cuestionar el uso o no del uniforme escolar, cada vez menos vestido, aunque siga habiendo centros privados de enseñanza, religiosos y no religiosos, que persisten en la tradición. Las madres, en general, lo prefieren porque se libran de tener que preparar la ropa de cada mañana y porque les parece una solución eminentemente práctica en este sentido. Un par de uniformes de quita y pon y asunto resuelto. En cuanto a lo de la falda o el pantalón, lo mismo: es una cuestión práctica de alternancia y así se contempla sin más. Hasta que meten baza las del feminismo extremo a las que les importa un bledo lo que las colegialas llevan a clase, pero que han de tratar de imponer su pensamiento totalitario y dirigido en la vida de los demás. Exigen el uso del pantalón, en favor de la igualdad, que no haya distinciones de género, que sean todos iguales desde que nacen, que jueguen con los mismos juguetes, que los niñas puedan jugar al fútbol y los niños vestirse de princesa, y que cuando sean mayores cada uno asuma por su mismo su identidad, pero que la sociedad no se la de hecha. Progresía marxista, si es que progresía y marxismo no es una pura contradicción, que lo es. Les da igual, porque disponen de millonarias subvenciones oficiales, tanto los lobbies feministas como los homosexualistas, y aunque sean tan pocos van ampliando su cota de poder y sus seguidores con incautas, pagafantas, oportunistas y por supuesto mujeres y hombres de buena voluntad y buenos sentimientos que van cayendo en la red de la corrección política. Ahí queda todo porque por lo demás sus argumentos se suelen caer por la base. Leo a una enemiga de la falda que tal prenda es perniciosa para las escolares, porque, por ejemplo, no pueden hacer el pino sin que se las vean las bragas. En fin? Lo peor es que esta gente se está metiendo en los centros de enseñanza, aleccionando a profesores y alumnos en la ideología y la industria de género, con la aprobación de las autoridades.

Y mientras, las personas normales, las familias normales, la sociedad masiva y normal, más de un 90 por ciento de la población, pagando impuestos y más impuestos que servirán también para sufragar a esos colectivos que pretenden cambiar el orden humano, en contra de la naturaleza.