Parece que desde hace unos meses el papa Francisco ha colocado en la puerta de su habitación un cartel en el que se puede leer: "prohibido quejarse". Me imagino que una persona como él tendría suficientes motivos para ello. Sin embargo, con su alegría y buen humor va caminando y tratando de alentar, de animar, buscando cauces de misericordia y de paz como estos días podemos ver en su viaje a Colombia.

Creo que el Evangelio de hoy engancha con una realidad compleja. Estamos acostumbrados más que en buscar soluciones a eludir nuestra propia responsabilidad y poner zancadillas al otro.

"Si tu hermano peca contra ti?". ¿Qué harías tú? ¿Te quejarías como un niño? El evangelista Mateo nos advierte de que no se parte de una comunidad de perfectos, sino de una comunidad de hermanos que reconocen sus limitaciones y necesitan el apoyo de los demás para superar sus fallos. Los conflictos pueden surgir en cualquier momento, pero lo importante es estar preparados para superarlos.

El tema de la corrección fraterna que se plantea es muy oportuno porque todo el mundo nos equivocamos, y si alguien quiere ir a Murcia y se va por la carretera de León, ¿no se acercaría al vecino para pedirle que le indique bien el camino? Y aquí está la cuestión: pensamos que nos valemos por nosotros mismos porque somos autosuficientes. No es tarea fácil, porque el ser humano tiende a manifestar su superioridad. En este caso puede suceder por partida doble. El que corrige puede humillar al corregido queriendo hacer ver su superioridad moral. Aquí tenemos que recordar las palabras de Jesús: "¿Cómo pretendes sacar la mota del ojo del tu hermano, teniendo una viga en el tuyo?". El corregido puede rechazar la corrección por falta de humildad. Por ambas partes se necesita un grado de madurez humana no fácil de alcanzar. De ahí que en la historia haya habido grandes tentaciones de dominaciones entre las cuales la más peligrosa y temible es la que se ejerce en nombre de Dios, actuando directamente sobre la conciencia de los individuos. Esta puede llegar a anular a las personas, haciendo de ellas muñecos de goma.

De esto Jesús entendió poco. A todos invitaba: "si quieres...", dejando siempre libre a cada uno para seguir el dictamen de su conciencia. No hay nada más grande en el orden humano que la libertad de actuar en conciencia y de una conciencia formada y sana. Ante ella, todo poder debe doblegarse.