Al ponerme a escribir estas letras tengo delante los titulares del comienzo del curso escolar. Celebro que sea noticia lo que en sí mismo es un hecho repetido con hermosa normalidad. No exagero el adjetivo. Empezar la escuela debe ser noticia siempre, y donde no se puede -ni es noticia- otra explicación no tiene que el drama bélico o la extrema pobreza; así que "venid y vamos todos..."

Soy hijo de quien le hubiera gustado tener más horas de escuela y menos de campo, más lectura y menos resoles y mojaduras. La enseñanza obligatoria solo puede tener cumplimiento cuando no urgen otras obligaciones de subsistencia. En el poco tiempo que mi progenitor pasó en el aula, aprendió poco pero le quedó un hambre sano de saber. No es bueno que los padres se resarzan de sus frustraciones personales en los hijos pero, en mi caso, un servidor hizo la carrera de Maestro y de paso le di a mi padre, además de alegría, un poco de orgullo, que mal no le vino después de tan poca autoestima infantil como tuvo. A su modo, quiso enmendarle la plana a su duro pasado evitando en sus hijos lo que él padeció, así que empezó comprando un enorme abecedario que colocó en la cocina-comedor y nos enseñaba las letras pensando, desde su innata practicidad, que al menos nos daba, el calostro de la sabiduría. Desde entonces amo las letras con pasión. No puedo ser donante de sangre pero lo soy de libros. El otro día, en mi casa, por razones de espacio, me tocó hacer descarte de libros, uno más, y otro mal trago de despedidas, pero "a otros les vendrá bien", como me dicen en la biblioteca donde los deposito, como si se tratara de La inclusa. Pero tocante a las enciclopedias por volúmenes, o los diccionarios, nadie las quiere ya. Hay que rendirse a la evidencia y corregir el refrán: el saber sí ocupa lugar, así que hube de cargar con una veintena larga de pesados volúmenes y depositarlos junto al contenedor de papel esperando un alma lectora, caritativa, que les diese acogida en su casa desahogada. Esta historia de mi remordimiento tiene lejano parangón con la de Moisés abandonado en las aguas del Nilo, que de niño veía dibujada en la enciclopedia escolar Álvarez, por muchos conocida, aquella que pasaba de hermano a hermano cuando los libros no le sobraban a nadie. Vedme así, pues, observando a distancia a mis libros, dejados a la buena de Dios, como en la historia sagrada mencionada. Ignoro las manos compasivas a donde fueron a parar pero comprobé que su inicial destino al cruel reciclaje fue demorado pues desaparecieron en breve. También yo me estaba demorando en la visita a una exposición del afamado muralista coruñés Urbano Lugrís, pero alcancé a llegar el último día y a última hora. Mi propósito cumplido, aunque con prisas, tuvo su premio. En la muestra contemplo una pintura de título sugestivo : "cuadro metafísico", en el centro del mismo se ve una pizarra escolar, como las que usábamos en mi infancia, con el dibujo de una mujer a la orilla de un río donde ¿recoge o deposita? un niño, acaso Moisés, entre las aguas; sobre ellos hay una corona de letras, las vocales, como un sol resplandeciente, ¿un regalo celeste?, ¿alegoría del lenguaje?... El cuadro tiene miga, por algo el autor le dio un título enigmático, para estudiarlo despacio. El arte tiene estos entretenimientos saludables. En el caso de nuestro artista también sus murales empezaron a sobrar en locales donde fueron pintados, desde oficinas bancarias a cafeterías...por lo que, en situación y temática, no pude por menos de identificarme gratamente con él. Cierto arte padece injustos descartes. A otro les llegará, a su tiempo. Pero no nos pongamos filosóficos. No ha hecho más que empezar el curso. Hermosa normalidad, si no fuera que tenemos menos alumnos.