Al hilo del 1-O, cada vez más cercano, se está poniendo de manifiesto el grado de acomplejamiento que tienen los dirigentes de la res política patria. Hasta ahora la fama la tenían los dirigentes del Partido Popular, conocidos como "maricomplejines" término acuñado por Jiménez Losantos. Sánchez y Rivera no se quedan cortos en sus complejos, en sus miedos, la prudencia es otra cosa. A tenor del análisis que los expertos han realizado, lo que Puigdemont y sus huestes pretenden es pura sedición, es un golpe de Estado o un golpe al Estado que lo mismo es o parecido. El artículo 155, incluido en el título VIII sobre la organización territorial del Estado, constituye, según los expertos constitucionalistas, el "medio de control de carácter excepcional, que complementa al ordinario recogido en el artículo 153, de la actividad de las Comunidades Autónomas". Está previsto, por lo tanto, para situaciones "extremas", es decir, aquellas en las que una comunidad incumple las obligaciones impuestas por la Carta Magna o las leyes "atentando gravemente al interés general de España".

Y yo me pregunto, ¿qué es lo que quiere hacer Cataluña? Bueno, Cataluña no, pero si los independentistas de la Cup y demás adheridos que quieren arrastrar a esa comunidad autónoma a lo incierto, al abismo. Los susodichos han creado una situación "extrema", incumpliendo sus obligaciones y "atentando gravemente al interés general de España". Entonces, ¿a santo de qué los reparos de Sánchez y Rivera? Uno y otro han expresado sus complejos en forma de miedo. PSOE y Ciudadanos, cada vez más juntos, casi mimetizándose, han comunicado al presidente Rajoy que no quieren usar el 155. La actuación, sin lugar a duda alguna, debe hacerse desde y con el consenso necesario. Que digan de qué medida legal son partidarios, que aporten soluciones donde están en la obligación de hacerlo, menos ruedas de prensa, menos botafumeiro para hablar de sus bondades y más unión para tratar de solucionar el problema catalán que nos tiene a todos hasta los mismísimos.

Es curioso comprobar como todo se pega menos la hermosura. Los complejines de los que reiteradamente es acusado el Ejecutivo de Mariano Rajoy han contagiado a un Albert Rivera cada vez menos batallador y a un Pedro Sánchez que de boquilla dice estar con el Gobierno pero que luego actúa a sus espaldas. Alguien tiene que dar un golpe encima de la mesa y pasar a la acción cuando las palabras no funcionan, cuando el diálogo, es verdad que inexistente, deja de ser un vehículo de entendimiento. Los políticos no están por encima de nada, ni de la Ley, ni del Orden, ni de la Constitución, ni de los ciudadanos. Si acaso están por encima del resto en materia de sueldos y canonjías. Pero eso es harina de otro costal que se debería debatir.

Los líderes políticos españoles deben empezar a perder sus complejos en situaciones extremas como está. Para lo que no tienen complejo alguno es para la corrupción, para el saqueo de las arcas públicas. Algo que pasa a nivel nacional pero que también tiene sus casos y sus cosas a nivel autonómico como se pone de manifiesto con Andalucía y ahora también Asturias. Lo que no pueden hacer es lo que hará en breve Pablo Iglesias que prefiere aliarse con los suyos que son precisamente los radicales, los independentistas, dando una patada en el culo al Estado, a la Constitución y a la Ley. Menos complejos y más decisión y claridad en sus actuaciones.