Mentiras y mentirosos hubo siempre, desde que el mundo es mundo. Y seguirán existiendo por mucho que nos invadan avances técnicos, tecnologías de las que quitan el hipo, lavados de coco o viajes interplanetarios. Dicen que la mentira tiene las patas cortas y que se pilla antes a un mentiroso que a un cojo, pero da igual. Cazas a un mentiroso y brotan treinta alrededor. Pescas una mentira y, a la vez, descubres que estás rodeado de ellas y que no es fácil defenderse de sus enredos y consecuencias. Por consiguiente, nada nuevo bajo el sol. En este terreno, como en tantos otros, huele a sabido, a repetición.

Sin embargo, en los tiempos actuales sí que hay un salto cualitativo sorprendente y peligroso que dice muy poco de la salud de la sociedad que lo cría y ampara. Me refiero al fenómeno de la llamada posverdad, o sea a esas mentiras mantenidas y no enmendadas que acaban convirtiéndose en certezas por otro fenómeno muy de nuestra época: quien las crea, difunde y propaga es alguien poderoso, con la fuerza de la comunicación de masas a su alcance e, incluso, a su capricho. Vean si no los casos de Trump en Estados Unidos, Erdogan en Turquía o Maduro en Venezuela (en España también abundan, no se crean). Sueltan una "información", se demuestra que no es cierta, insisten en ello, vuelven a esgrimirse datos que revelan el alcance de la bola? pues les da igual. Han convertido la trola es una posverdad, es decir en esa extraña alianza entre posibilidad, opinión, yo creí que era así, distopía y ucronía. Y ni se inmutan. Acaban creyéndose sus propios embustes y descalificando a quienes han demostrado la falsedad de sus cuentos.

El problema, gordo e hiriente en sí mismo, quedaría parado ahí, en el limbo de las patrañas de los gerifaltes, si no fuera porque ya ha alcanzado un nivel aun más increíble y doloroso. Las mentiras-posverdades hoy no dañan a quienes las lanzan y apoyan sino que los encumbran, les suben a pedestales que no alcanzarían nunca si la sociedad tuviera dignidad suficiente, agallas y capacidad de rebelión. Hace unos días, un senador republicano dijo de Trump: "Es un gilipollas, pero es nuestro gilipollas". Imposible definir mejor, y desde su propio partido, lo que sucede con el presidente de los Estados Unidos. Pese a sus manipulaciones, mentiras y derivas autoritarias, Erdogan mantiene un altísimo nivel de respaldo en Turquía. Hoy barrería en unas nuevas elecciones. La gente ha terminado por creerse lo del golpe de Estado y los miles de implicados y lo de la seguridad que solo emana de Erdogan. Y el que no lo piense, a la cárcel. Eso sí, rodeado de posverdades. ¿Para qué insistir en lo que suelta Maduro o en las palabras de Putin? El primero mantiene una legión de seguidores, aunque cada vez menos. Al segundo no lo discute nadie, por la cuenta que le tiene, en su país y puede engañar, y engaña, sin que le tiemble un músculo, con una frialdad aterradora.

¿Y cómo andamos en España? Bien, a Dios gracias. En esto de la posverdad, no estamos tan lejos de alguno de los personajes que acabo de citar. Y si creen que exagero, repasen las últimas comparecencias de Rajoy sobre la corrupción o la reciente polémica sobre los atentados de Barcelona. Publica El Periódico de Cataluña que la CIA avisó en mayo de la posibilidad de un atentado en las Ramblas. Puigdemont, Forn, consejero de Interior, y Trapero, jefe de los Mossos, lo niegan. Se reafirma el rotativo con más datos todavía. Forn y Trapero convocan una rueda de prensa para desmentirlo, ¡¡¡ pero acaban reconociéndolo públicamente!!! Eso antes aquí se conocía como "salirles el tiro por la culata"; en Cataluña, ahora, no sé. Y aprovechan la comparecencia ante los medios para arremeter contra el Periódico y su director, para atacar la libertad de expresión y para, faltaría más, culpar al Estado de todo, incluso de una campaña de desprestigio contra los Mossos y por extensión, claro, contra la Generalitat, Cataluña, el procés y, si están otro rato hablando, contra Wilfredo el Velloso, Ramón Berenguer, los almogávares y el Barça.

¿Ustedes creen que estas ocultaciones, posverdades y demás en tema tan delicado pasarán factura a sus protagonistas? Yo creo que no. Los independentistas santificarán las mentiras, harán suyas las persecuciones de "Madrit" y el españolismo y adorarán aun más a sus voceros. Y tratarán de evitar que se sepa la realidad de lo ocurrido. Mejor creer a los nuestros que averiguar la verdad. Claro que también aquí, y en tantos y tantos sitios, cabría aplicar lo que dijo aquel político gallego: "Si digo la verdad, mentiría". Pues, eso.