Además, sordo. Rajoy se sale, tras la manifestación politizada y manipulada por los independentistas del sábado en Barcelona contra el terrorismo, con que las afrentas de algunos no las han escuchado. No las habrá oído él, que no oye lo que no quiere, porque el resto hemos oído muy bien los insultos y abucheos al Jefe del Estado, al Rey, al que el Gobierno debió aconsejar, pero no lo hizo, que no asistiese a tal acto pues ya se sabia lo que iba a venir después. Lo mismo que hemos visto y escuchado todos las imágenes de lo ocurrido.

Pero no solo eso, porque el presidente del Ejecutivo y del PP, en un ejercicio malabarista de los suyos, de esos que le han dejado hace mucho con la credibilidad por los suelos, ha afirmado que, al contrario, la manifestación se volverá contra el independentismo. Y que la hoja de ruta de Puigdemont y demás mesías del secesionismo en su loca huida hacia adelante, porque otra salida no tienen ya, tampoco variará los planes del Gobierno para impedir la celebración del referéndum para el que solo falta un mes y que los independentistas dan tan por ganado que insisten en que la transición a la independencia será muy breve. Naturalmente, Rajoy sigue sin decir cuales son esos planes, tal vez porque ahora mismo ni siquiera él mismo los sepa, encastillado en que la consulta catalana no se celebrará, por más que desde la Generalitat se anuncie sin disimulos que tienen 6.000 urnas preparadas para el 1 de octubre.

Así que no es de extrañar que un cierto fatalismo se haya apoderado al respecto en la sociedad española, hartos de contemplar la pasividad, que dura años, de un Gobierno que parece incapaz de dar con soluciones eficaces de cara al reto que amenaza con romper la unidas de España y ser el disparo de salida para que otras autonomías, engalladas, decidan aventurarse por el mismo camino. Diálogo y justicia han sido y continúa siendo todos los recursos de Rajoy al enfrentarse a tan trascendental problema, pero en cualquier caso y como ya ha quedado demostrado son recursos insuficientes porque los líderes de los partidos y coaliciones independentistas desprecian tales ofrecimientos. Y lo cierto es que por mucho que el CIS asegure en sus encuestas que el separatismo catalán solo preocupa al 2 por ciento o menos de los ciudadanos, en la calle es un tema recurrente. Preocupa y mucho, muchísimo, aunque Rajoy y su guardia pretoriana no se enteren.

El silencio del Gobierno, aunque haya razones para ello, no puede mantenerse de manera indefinida. Algo se tiene que hacer, y ese algo hay que anunciarlo. No vale encerrare en el no pasarán pero sin decir como lo van a lograr. A no ser que pese a los desmentidos, se acabe aplicando el artículo 155 de la Constitución con el máximo rigor, que parece que sería lo único capaz de frenar los proyectos desquiciados de los separatistas, empezando por suspender la autonomía. Dentro de poco, la Díada, algo así como el día de la región en Cataluña, volverá a ser un test de fuerza de cara al futuro inmediato, pero ese será también el momento de que Rajoy tome decisiones definitivas.