Una semana después de la trágica matanza yihadista de Cataluña parece que por fin se han ido encajando todas las piezas, según las explicaciones que han ido facilitando sobre la marcha los dirigentes de los Mossos, la policía autonómica de aquella región. En verdad, los tristes acontecimientos se desarrollaron tan deprisa que el confusionismo se hizo patente por parte de las fuerzas del orden y de sus dirigentes, en diversos momentos y aspectos, a la hora de transmitir a la opinión pública lo que había sucedido y lo que estaba sucediendo. Pero los Mossos consiguieron abatir al yihadista huido, el asesino de las Ramblas y de otra persona a la que acuchilló para robarle el automóvil y huir, y ello pone fin, ojalá, a este terrible episodio de violencia islamista, ante el cual las fuerzas políticas tienen convocada para el sábado en Barcelona una gran manifestación de repulsa, en la que estarán el Rey y el presidente del Gobierno, y los líderes y representantes de los partidos.

La célula yihadista ha quedado desarticulada, parece. Seis de los terroristas fueron abatidos a tiros por la policía catalana, cuatro fueron detenidos - aunque sorprendentemente el juez solo ha dictado prisión para dos de ellos - y dos murieron en la explosión del chalet de Alcanar. Pero el balance de víctimas inocentes ha sido demoledor. Quince personas muertas, de ellas 13 atropelladas por la furgoneta, y dos personas más acuchilladas, y muchos heridos. Las explicaciones que se han ofrecido muestran luces y sombras, tanto aciertos como fallos, y sobre todo responsabilidades que alguien tendría que asumir. El jefe de la célula era un imám, de Ripoll, conocido por sus actividades islamistas, que había sido fichado, que había estado en la cárcel, que hacía viajes a Bélgica y sobre el que pesaba una orden de expulsión de España, que no se había ejecutado por decisión judicial. Había ocupado con sus fanáticos discípulos un chalet, sin que nadie dijese nada porque en este país cada cual hace ya lo que quiere, y lo había llenado de bombonas de butano para efectuar una cadena de atentados simultáneos en Barcelona. Pero el edificio voló por los aires cuando manipulaban los explosivos. Los Mossos creyeron que era un laboratorio de droga y parece que no se enteraron al principio de más. Hasta que horas después se produjo la matanza de las Ramblas y de Cambrils y se relacionaron los hechos. Está luego lo de los bolardos, tema de discusión indiscutible en los ayuntamientos. La alcaldesa Colau parece que adujo para no ponerlos que necesitaban dar paso a los vehículos de carga y descarga. En lo ocurrido pues es fácil detectar responsabilidades, entre ellas, igualmente, la de los servicios de información que no fueron capaces de enterarse de lo que se estaba perpetrando desde hacía bastantes meses.

Pero hay más porque como han denunciado sus sindicatos, policías nacionales y guardias civiles han sido marginados en la investigación de los atentados por la Generalitat y por los Mossos para dar una imagen de Estado catalán autosuficiente, pues ni en tan tristes y graves momentos han olvidado su sueño independentista. Todo ello ante el silencio acomplejado del Gobierno de la nación.