Viví en Barcelona, casi un cuarto de siglo, la ciudad en la que más tiempo he vivido, por ahora. Con todo lo que se lleva escrito sobre la barbarie del 17 de agosto, y lo que se escribirá, no voy a engordar hemerotecas con este artículo. Viví en Barcelona, casi un cuarto de siglo, y creo que con la constatación de ese hecho se dice todo, se expresa todo lo que se puede sentir, ahora y aquí (por cierto y por nada, el título de este artículo está robado del título del segundo álbum de Lluís Llach, 1969, "Ara i aquí") Viví en Barcelona y, de alguna manera, nunca he dejado de vivir en ella, de quererla más allá de la metafísica de la estética, más acá de la realidad urbana, cerca del mar, haciendo apología permanente ante los míos de sus encantos y de sus defectos. Me gusta Barcelona y sus gentes. Ya está. Porque enumerar personas queridas de allí, anécdotas y vivencias personales, etc. me parece un quebranto de las buenas costumbres y maneras, esas que tan bien suelen practicarse en Barcelona, casi siempre. Lo que ocurre ahora es otra cosa, si es que otras cosas no han ocurrido, ¿cómo salimos de esta? ¿qué hacer ante la barbarie suicida y religiosa, o religiosa por suicida? En estos casos de tan alta incertidumbre, suelo imaginar lo que diría mi padre, experto en tales asuntos de guerra y de crímenes, en sus tiempos, claro. Pero esta vez no soy capaz de imaginarlo. Quizás si empezamos reconociendo que no tenemos ni idea de cómo salir de esto, de cómo afrontar lo actual y lo que está por venir, a lo mejor damos un paso hacia alguna solución. "Amo tanto la muerte como vosotros amáis la vida", le decía un asesino de esta calaña en Toulousse a la policía. ¿De verdad amamos tanto la vida como los yihadistas, islamistas o lo que sean se creen? Y, por otra parte, ¿quiénes somos los que se supone que amamos tanto la vida, y quiénes son los que se supone que aman tanto la muerte? Los novios de la muerte, los legionarios de Millán Astray y Franco: uno de ellos, reconvertido en mosso d'esquadra, acabó con cuatro terroristas en Cambrils. Paradójico no, lógico, como una línea clara y muy bien definida. Hay estúpidos que utilizan la anécdota políticamente. Ellos sabrán.

Viví en Barcelona casi un cuarto de siglo, mi alma no se ha mudado, se ha quedado allí, no sé si en el Putxet, en Sarriá, en la fuente de Canaletas, en Gala Placidia o en la calle Pintor Gimeno, qué más da.