Parece que, por desdicha, la terrible matanza yihadista en Cataluña - 14 muertos y cientos de heridos, algunos de suma gravedad - ha servido solo como una tregua, ante el horror, el dolor y la conmoción de todos los españoles, respecto al problema del pretendido intento independentista de aquella región, cuya españolidad ha aflorado con la masacre sufrida. Con ellos, con los catalanes de Barcelona y de Cambrils ha estado y está en todo momento el Estado, con sus fuerzas del orden cooperando con la policía autónoma, y y han estado el Rey y el presidente del Gobierno en la masiva concentración antiterrorista ofreciendo una imagen indeleble de unidad.

Incluso Puigdemont, el conspicuo presidente de la Generalitat, respondió a una inoportuna pregunta al producirse la tragedia que era miserable hablar de política y de separatismo en aquellas horas de sufrimiento colectivo. Pero poco más tarde ya se desmarcaba al anunciar que iban a pedir ayuda a las policías extranjeras de cara a la realidad de una Cataluña que los datos y los hechos demuestran que es un nido en ebullición de islamistas radicales. Esa ayuda, en cualquier caso, tiene que pedirla el Gobierno de la nación, no una comunidad autónoma. Pero ellos mantienen su discurso, pese a todo, pese a las tan trágicas circunstancias. Aunque ha existido cooperación institucional y el resultado es que haya sido abatida y casi desarticulada la peligrosa célula yihadista de manera rápida.

No se pueden negar, sin embargo, reticencias y desencuentros posteriores entre Gobierno y Generalitat revelando cierto confusionismo en el desarrollo de los hechos, seguramente por la velocidad a que se produjeron. Según se ha ido informando, la célula terrorista la componían al menos una docena de personas, residente en poblaciones catalanas, unidos por lazos de estrecha amistad y fanatismo que habían ocupado un chalet en el que se dedicaban a fabricar bombas. Pensaban atentar contra el templo de la Sagrada Familia y otros puntos neurálgicos o turísticos de Barcelona. El inmueble explotó con mas de 100 bombonas de butano, parece que con algunos terroristas dentro. Por otro lado, sigue sin aclararse sí solo consiguió huir uno de los yihadistas o si son varios más los huidos, así como si uno de ellos fue el conductor asesino de Barcelona. Y qué fue lo ocurrido con ese automovilista muerto a cuchilladas cuyo coche se saltó un control. Y porqué antes se había desestimado la orden del Gobierno de colocar bolardos que impidiesen el paso de vehículos en sitios tan concurridos como las Ramblas.

Lo que es evidente es que el drama ocurrido, que ha costado tantas vidas humanas, debiera ser motivo más que suficiente para que Puigdemont y sus secesionistas reflexionaran, se replantearan la celebración del referéndum del 1 de octubre, y dieran marcha atrás en su locura. Todos lo comprenderían y aceptarían como lo más sensato que se puede hacer. El mayor desafío que tiene ahora España y por tanto Cataluña, es formar un sólido frente de seguridad contra la amenaza yihadista, que continuará existiendo mientas el mundo libre no acabe militarmente con el Estado Islámico.