El ser humano se ve sometido continuamente a numerosas influencias, presiones, condicionamientos, etc., como consecuencia de su estado de salud, de sus características físicas y psicológicas, de su talante, del desempeño de sus responsabilidades profesionales, ciudadanas, familiares y de las organizaciones a las que voluntariamente pueda pertenecer; como, también, de su grado de ambición y autoexigencia, como de las demandas a sus semejantes, y del grado en que éstos la satisfacen.

Por lo tanto, de cómo sea su forma de ser y de pensar, de sus conocimientos profesionales y humanos, de su empatía, de la catadura de sus compañeros/as laborales, como de la de los que comparten sus apellidos, de la de sus representantes políticos y sindicales, como la de los equipos de lo que sea de los que forme parte; influirá en su estado de ánimo, en su motivación en el desempeño de su puesto de trabajo, en su participación en la vida pública, en sus atenciones a su parentela, en sus relaciones con quiénes le "toque lidiar", etc:, en resumen, en sus aportaciones a la sociedad, que serán mejores en cantidad y calidad si sus congéneres se lo merecen por tener un mínimo de educación, respeto, dignidad y sentido del agradecimiento, cuestión de "bien paridos".

Cuando los entornos humanos son despreciables, provocan en las gentes decentes preocupaciones, disfunciones, desconsideraciones, etc., que requieren para su solución un tratamiento psicológico; especialmente, cuando las tareas y responsabilidades de gestión son de índole universitaria, por su complejidad, concentración mental, y efectos graves en los destinatarios de las mismas. Por ello, quiénes se dediquen a ellas debieran tener también madurez personal, sentido del deber, discreción, prudencia, bonhomía, "savoir faire", estilo, elegancia, distinción, saber estar, etc etc etc, bastante escasos, por cierto, si a los hechos nos remitimos.

Marcelino Corcho Bragado