E n otros tiempos, en la época de la dictadura franquista, la censura era el refugio de los ineptos, la manida excusa de los que querían publicar o hacer cine o cualquier otra forma de creación pero no lo conseguían debido a la ínfima o inexistente calidad de sus producciones. La censura existía, eso no cabe duda, pero ello no fue obstáculo para que en España surgiese en aquellos años una literatura y un cine inolvidables, de tanta categoría, que queda tan lejano como las estrellas del firmamento en relación con lo que ahora se hace y se vende, ya sean infames bestsellers o films cutres o pedantes.

Lo curioso, y lo malo, y lo peor es que la censura sigue existiendo todavía. Otra censura, distinta, más sutil, que nada se crea ni destruye solo se transforma, y que adquiere diversas formas, desde la económica al chantaje pasando por el veto indirecto. Y encima ni siquiera ha dado ni un Delibes, ni un Cela, ni un Berlanga, ni un Buero Vallejo, nada de nada, un páramo estéril de la triste progresía rampante. Una censura disimulada o no, con variadas excusas y coartadas, que todo el mundo rechaza, no faltaba más, pero que ahí está y que cada día adquiere mayor desparpajo y extensión.

Son precisamente los grupos más minoritarios pero los más activistas, los que más hablan de libertad los que más destacan en su afán por poner barreras a todo cuando no les interesa. Piden respeto pero ellos no respetan a los demás. Y encima protestan cuando el Gobierno dicta una ley que llaman la ley mordaza y que ya han conseguido atenuar en parte. Barra libre, sí, pero solo para ellos, para los lobbys tan grandemente beneficiados por la política del nefasto Zapatero que culminaría con la ley de memoria histórica, la guinda del pastel que el PP se tragó entero. Libertad de expresión, sí, pero solo para lo que quieren. Incluso organizaciones oficiales y gobiernos regionales, de izquierdas principalmente, han caído en la cómoda trampa, atemperados a lo que sea que haya que lidiar.

Lo último, de momento, es lo de prohibir o vetar o no recomendar la música que hay que escuchar o bailar. Y así, circulan listas amplias con letras vetadas por ser consideradas machistas, se dice, pues esta censura, tan vieja, es instaurada desde los llamados institutos de la mujer. Por un lado, el PSOE bastante radical y confuso de Valencia, que da la impresión de que nunca sabe si mata o espanta. Por el otro, el Ejecutivo vasco, siempre toreando a dos manos, y que sin embargo poco se mojaba no hace tanto cuando en las calles se cantaban y coreaban canciones en loor a ETA y a sus asesinos. Hasta el "Despacito", ese éxito del verano mundial, es motivo de lesa demonización.

Si esta gente hubiese tenido, años ha, la gran influencia que en la actualidad tiene, nos hubiésemos quedado sin todas aquellas alegres y horteras músicas del verano de los felices tiempos de la transición, cuando la concordia y Georgie Dann y sus alegres chicas minifalderas hacían la vida más agradable. No se hubiese perdido mucho, obvio. Pero peor es ahora mismo cuando tantos odios y revanchismos siguen envenenando la libertad constreñida y vigilada desde todos los lados.