Lo dijo con un deje de satisfacción: "No es de extrañar que aquí vengan tantos, porque esta es la "casa de Dios"". Una aseveración chocante para quien no sepa la historia de su vivienda familiar, en donde vivió a caballo de los siglos diecinueve y veinte el herrero y forjador pajarés Cirilo de Dios, que solía firmar sus finas y enrevesadas cerraduras de bodegas y las llaves correspondientes con la palabra Dios.

Su obra más notoria en Pajares de la Lamprena es la puerta de hierro forjado del cementerio. En ella se ve, calada en una chapa, una calavera y, junto a ella la palabra Dios, y una fecha: 1891. Sobre la calavera hay un escrito con una advertencia a los vivos que se acercan al camposanto, y que reza así: "Entra mortal sin espanto / en la región de difuntos/ do tienen que morar juntos / pobre, rico, malo y santo. / No bañes el rostro en llanto. / Piensa solo en prepararte / a morir, de que librarte / no podrán tus regalías, / pues bienes y señorías / no tardarán en dejarte".

No sé si esta reflexión escatológica la redactó el propio Cirilo de Dios o la reprodujo de algún sermonario para glosar los Novísimos. Sí sé que este herrero era un socarrón consumado. Un día le preguntó a María, su mujer: "¿Te parece bien que vaya a esquilar el burro?". Ella le respondió: "Pues por una parte sí y por otra no". Cogió el burro, lo llevó al esquilador y volvió a casa. Cuando vio al jumento esquilado solo por un lado, María exclamó: "¿Pero qué has hecho, so animal?". Y Cirilo le replicó tan campante: "¿No me dijiste que por una parte sí y por otra no? Pues te he dado ese gusto".

Como a todo hay quien gane, un día se encontró con la horma de su zapato. Un vendedor de grano se acercó a la fragua y le ofreció un saco de cebada a buen precio. Cirilo le aseguró que se lo compraba si la cebada le gustaba a los machos; introdujo dentro del saco dos machos de aguzar rejas y formones y le dijo: "Como puedes ver, esta cebada no le gusta a los machos". El vendedor burlado no se amilanó, cogió los dos machos de aguzar y los arrojó al pozo que había en la fragua. Cirilo se enfureció y el vendedor le replicó: "Amigo, a estos machos no les gusta mi cebada porque están sedientos".

La fragua de Cirilo de Dios estaba justamente en esta casa que se convierte en verano en hogar de familia numerosa: la viuda, los hijos, yernos, nietos con sus parejas y de, tanto en tanto, sobrinos. Una larga mesa desplegada en un corral enlosado se llena por la noche de platos y viandas, botellas de vino, cervezas, agua fresca y chascarrillos. Parece una antigua venta o un mesón; pero no, esta antigua fragua es ahora una casa reformada para acoger a muchos inquilinos de procedencia dispar, pero entroncados en la familia: vascos, alicantinos, toresanos, zamoranos de la capital y sevillanos, además de alguna invitada ocasional. Como corresponde a una "casa de Dios", en la que nadie sobra y todos comen en la misma mesa.

Fernanda, la matriarca, que cumplirá próximamente 87 años, no es tan guasona como Cirilo de Dios, pero cuando hay que enderezar el reiterado abuso de una invitada que acompaña a una de sus hijas, se planta y la amonesta sin requilorios: "Oye, maja, aquí todo es de todos, así que no te hagas la guapa y apenca como los demás, que soy tu anfitriona, pero no tu esclava". Cuando le pregunto, "¿eso le dijiste?", me responde indignada: "Una cosa es que esta sea la "casa de Dios" y otra que se convierta en una posada para gorrones desaprensivos".

Seguramente, Cirilo de Dios aplaudió la ocurrencia desde el más allá, en esa región de difuntos, donde moran juntos los pobres, los ricos, los malos y los santos; pero los aprovechados, como la abusona de marras, tendrán que purgar primero su descaro. La matriarca remató su enfado rezongando con enjundia pajaresa: "Te pa'a ti la acción".