Intenta Zamora, como siempre, promocionar el turismo hacia la ciudad y la provincia, con tanto que ofrecer en todos los órdenes, desde el cultural e histórico al paisajístico y gastronómico, y basta con que vuelva a pensarse en buscar fondos por parte de las instituciones para restaurar el Puente de Piedra, un viejo proyecto este de consolidar el monumento que nunca acaba de convertirse en realidad por lo mismo, por falta de medios, cuando rebrota la ilusión de los zamoranos con el proyecto y se abre el debate entre los expertos acerca de si el viaducto debería recuperar sus formas originales, símbolo del tiempo de la Zamora que se fue, o mantenerse como sigue ahora, tras las necesarias mejoras. En cualquier caso, hay que cuidar mucho, pero que mucho más, lo que se tiene que no siempre presenta de cara al visitante, al que hay que dar toda clase de facilidades, el aspecto que debería.

A Zamora, de todos modos, y por fortuna, no le va a afectar la irracional campaña contra el turismo y los turistas que se ha desatado y parece ir a más en algunas partes del país como Barcelona, Andalucía, Baleares, País Vasco,Valencia, y hasta Madrid. Turismofobia, que se dice en la actualidad, en esta época marcada por el odio y la intolerancia, y que algunos aprovechan para acercar el ascua a su sardina. Los incidentes en los últimos días se han venido sucediendo, y aunque la excusa que manejan los jóvenes violentos y antisistema que suelen protagonizar los ataques se centra en el rechazo a un turismo que califican de mísero y salvaje, de borrachera, e incluso en el auge de los pisos de alquiler para turistas en las zonas veraniegas -algo que solo supone un grave problema para los hoteles-, en realidad lo que es fácil detectar en estas actuaciones es una motivación política muy clara y especial en los casos de Barcelona y País Vasco, jugando de nuevo la baza de la independencia, impulsadas desde el separatismo que se pregona dentro de los partidos separatistas animadores de este tipo de violencia callejera, la llamada kale borroca en las provincias vascas, de tan penoso recuerdo, que parecía haber sido erradicada casi del todo, pero que no. De lo que se trata es de remover el cotarro y pescar en el río revuelto.

El Gobierno apenas ha hecho nada, o bien poco, salvo declaraciones. Y lo mismo, la Generalitat catalana, a la que vienen muy bien esta clase de disturbios para propagar y promover, absurdamente pues tiran piedras contra su propio tejado, sus fines secesionistas, y el Ejecutivo del PNV, siempre intentado complacer a todos pero a favor de sus intereses, lo mismo, poniendo una vela a Dios y otra al diablo, apoyando a Rajoy y mirando para el lado opuesto cuando a los abertzales se les ve el plumero que nunca han abandonado. Pero resulta que el turismo es una de los grandes motores de España, con 84 millones de visitantes que se esperan para este año y con unos enormes beneficios económicos que mantienen el PIB en situación estable y de desarrollo. Una campaña de acoso a quienes llegan puede tener pésimos resultados en los años siguientes, con lo que ello significaría. El Gobierno tendría que mostrarse mucho más contundente al respecto, frenando de raiz cualquier tipo de violencia contra el turismo.