La comprensión de todo arte es ardua; al menos no es nunca banal, y con frecuencia es dolorosa, pues ese es el revés del entusiasmo. La contemplación de una pintura o escultura, la audición de una obra musical, la lectura de una pieza literaria de alguna ambición, jamás nos ofrecen de inmediato su sentido, y si el tiempo, y muchos pases por ellos de los ojos, los oídos o la vista lectora van mostrándonos sus capas, la riqueza de matices o la enjundia oculta que llega a hacernos sentir cómplices del autor, es porque siendo consustancial a toda creación artística el esfuerzo, a su disfrute lo es al menos cierto empeño. Bien, basta de rollo de indolencia agosteña, lo que quiero decir es que la pasión dominante del logro inmediato de bienes de la cultura sin esfuerzo alguno, en dosis masivas y múltiples dominios, acaba con la percepción artística: lo tendrán todo delante pero no lo verán.