Neymar era una de las grandes estrellas del fútbol español. Ahí están sus cifras de fraude a Hacienda para demostrarlo. La mitad del planeta se sometería a los mayores sacrificios por vivir un solo día como Neymar. Sin embargo, el brasileño está descontento con ser él mismo todo el año. Porque tiene a Messi por encima. Cree que un desplazamiento en horizontal, de Barcelona a París, le garantiza también un crecimiento en vertical. Debió consultar antes con Cristiano. No es casualidad que el argentino comparta la doble ese con Picasso. Son genios que se infiltran en el cerebro de sus perseguidores y lo corroen. No solo vencen a quienes les disputan la supremacía, los destruyen en lo más íntimo.

Neymar es frágil anímicamente, a diferencia de los extraordinarios Eto'o o Ibrahimovic. Sin embargo, este dúo de orgullosos superdotados se quemó como papel de fumar en la hoguera de Messi. Sin el argentino, hubieran brillado más y se hubieran disputado el cetro. En cuanto entra en escena el diminuto diez, solo les queda refunfuñar y repartir culpas. Ya nos la sabemos, aquella de que Michael Jordan no hubiera sido nadie sin Scottie Pippen, ni Stephen Curry sin Kevin Durant. La pregunta es, ¿a cuál de ellos ficharías y a cuál dejarías volar con todo el dolor de tu corazón? Atraparías a Jordan, a Messi.

Es más duro ser el dos que el catorce, Díaz Miguel siempre recordaba que la ansiada medalla de plata le entristecía porque se conseguía tras una derrota con el oro. El monopolio de Messi ha sido tan obsesivo que no admite la rémora de un número dos. Ni siquiera en una temporada en barbecho, cuando hubiera sido más lógico dudar del renqueante monarca treintañero, antes que de su heredero a la espera. Neymar es el jugador del Barça que ibas a ver al campo, si no jugaba Messi.

El éxodo del brasileño obliga a plantear si se necesita más coraje para jugar junto al astro argentino o para despegarse de su absorbente campo gravitatorio. Cuando una estrella del fútbol quiere marcharse, se va. Aunque sea a ninguna parte.