De la veintena larga de países americanos, de ninguno ahora tenemos tantas y tantas noticias como de Venezuela, si se exceptúa Estados Unidos, o el violento México, si acaso. Pero de Venezuela se lleva años hablando sin parar, exactamente no desde que el chavismo tomara el poder, sino desde la aparición de Podemos en España, pues sus vinculaciones, supuestas o reales, con Maduro, el energúmeno que sustituyo a Chaves, energúmeno primero, sirvieron y siguen sirviendo de fondo al Gobierno del PP y a toda la derecha económica y social como campaña contra el partido de Iglesias, una campaña que ha sido muy eficaz -la gente teme a Podemos, como una proyección de la situación venezolana- pero casi innecesaria porque el partido de Iglesias, con sus posturas caóticas y extremistas, ya se ha encargado de descalificarse a si mismo y de poner techo a sus posibilidades.

En ocasiones, sin embargo, y como sucede actualmente, la amplia difusión y el amplio interés por lo que pasa en aquel país sudamericano, tan vinculado a España por lo demás, tiene justificación plena como en la actualidad, cuando acaban de celebrarse unas peculiares elecciones para una Asamblea Constituyente con la que se quiere reformar la Constitución de Chaves y otorgar de esa manera un poder absoluto, de escasas o nulas garantías democráticas a Maduro y su partido, en minoría parlamentaria. Lo primero ha sido volver a encarcelar a López, el líder más conocido de la oposición. Arbitrarias elecciones las del pasado domingo, convocadas sin contar con los demás partidos, que rechazaron la consulta, y que han otorgado un triunfo al régimen, pese a la escasa participación, un 42 por ciento, cifra oficial y un 12 por ciento según los opositores, divergencias en cifras y datos que se extienden a las víctimas de unas jornadas de enorme violencia en las calles, con no menos de una decena de muertos. Lo siguiente serán los cambios que llegarán, si bien, teóricamente, estos habrían de refrendarse en un referéndum que se duda que se celebre, aunque de lo que no se duda sea de las purgas, incluso en el mismo chavismo ortodoxo, y el aumento imparable de los recortes de las libertades a todos los niveles.

Así está Venezuela, bajo un volcán, con inflación insostenible, enfrentamientos constantes, y una precariedad económica y social que puede llevar al estallido. Enfrente, una oposición elitista, de las grandes familias de la derecha de siempre, que no se resignan a haber perdido el poder. Cabría preguntar cuando se empezó a joder Venezuela, como se pregunta Vargas Llosa en "Conversación en la catedral", su mejor novela, respecto a Perú, su patria. Han influido muchos factores, empezando por la bajada de los precios del petróleo, la nacionalización, y el descenso continuado de sus explotaciones, pero el origen puede estar, según algunos, en los años dorados de aquel socialista no marxista, Carlos Andrés Pérez, el amigo de Felipe González, que endeudó el país con sus derroches y dispendios políticos mientas la corrupción dominaba la vida pública, allá por los años 90, y el presidente venezolano terminaba en la cárcel. Maduro huye hacia adelante pero puede encontrarse un día con Trump, tan energúmeno como él.