En la Tierra del Pan hubo antes de la concentración parcelaria, hace ya casi cincuenta años, muchas viñas o bacillares. Se comían pocas uvas, pero se elaboraba mucho vino para el consumo casero. Había bastantes lagares para pisar la uva y bodegas subterráneas dentro del pueblo; la topografía de un terreno llano no favorecía construirlas a las afueras del casco urbano, como en otras zonas zamoranas.

En Pajares de la Lampreana existía la costumbre entre los hombres y mozos de organizar los domingos y festivos una corrobla o merienda entre amigos, siempre antes de que comenzara el baile, amenizado por los músicos del pueblo llamados "Los Pelegrines", que casi todos ellos ejercían a diario de barberos.

En estas corroblas escaseaba por lo general la vianda, pero abundaba el vino. Los mozos más avezados y con pocos recursos, que eran la mayoría, se las ingeniaban para birlar alguna gallina "distraída" o meterse en un palomar para cazar palomas a discreción; entraban en cueros vivos por ventanucos inverosímiles; vestidos era imposible. No era frecuente, pero tampoco extraño, dar cuenta de algún gato de buen ver. Guisarlo era un arte, después de despellejarlos y tenerlos una noche al sereno.

En estas condiciones de poca chicha y vino a manta era normal que alguno de los amigos que participaba en la corrobla tuviera problemas para mantenerse de pie. Los solteros que tenían novia formal solían reservarse en la bebida, para ir al baile como mucho algo alegres. Otros tenían "el carro bastante cargado", pero rodaba a trancas y barrancas. A algunos había que acompañarlos a casa de algún amigo a dormirla, la forma menos elaborada lingüísticamente de "pelar el barbo" o "desollar la zorra".

Favorecían las borracheras lo que se podrían llamar juegos de bodega, como en Pajares el "pum". Consistía en contar hasta cien omitiendo siempre el número cinco o su múltiplo y en su lugar decir "pum". El que se equivocaba, tenía que beber un vaso de vino. Naturalmente, cuanto más se bebía, resultaba más fácil equivocarse y enzorrarse.

Otro juego se llamaba el ballato. Se asignaba un número a cada una de las personas que intervenían. Quien empezaba a dirigir el juego decía, por ejemplo, "en el camino de San Cebrián me encontré con el sexto ballato" y señalaba al que tenía el número seis. Si se equivocaba de persona, esta decía "miente usted, señor ballato" y el director tenía que beber un vaso de vino. Tomaba la batuta del juego el aludido e iniciaba otra perorata: "En el camino de Riego me encontré con el cuarto ballato"; si el aludido no respondía, tenía que beber un vaso de vino. Y así sucesivamente. Ignacio Sanz recoge en "Juegos populares de Castilla y León" un juego similar llamado "El tío Maragato". Intervenían un animador y varios jugadores. Decía el animador: "El tío Maragato tenía un gato. ¿Quién lo mató? El número cuatro". Y este replicaba, si no era el número cuatro: "Mientes, bellaco".

Para hablar de borracheras se recurría mucho al verbo coger; se empleaba escuetamente cogerla o se usaba en expresiones tan populares como coger una castaña, una cogorza, una curda, una media, una mona, una moña, una tajada, una tranca, una trompa, una zorra?

De "coger una zorra" viene la expresión "desollar la zorra", que se empleaba cuando la borrachera que había que dormir era morrocotuda o infame. Ya Autoridades (1726) recoge las expresiones "dormir la zorra" y "desollar la zorra". Es una expresión coloquial que usa habitualmente Francisco de Quevedo; en "El Buscón" dice de alguien que estaba todavía zorro: "Aún no la ha desollado".

En Pajares no se usaba el vocablo embriaguez, ni embriagado, ebrio o beodo, sino llanamente borrachera y borracho, palabra esta que tiene que ver con la antigua borracha o bota para el vino. De todos modos, las borracheras de vino en las antiguas corroblas eran bastante comunes, pero también toleradas y comprendidas, por eso de que "hoy le toca al tuyo y mañana seguramente le tocará al mío".