Un eufórico Rajoy quiso hacer balance del curso político antes de iniciar las vacaciones y allí se presentó, con su gráficos habituales, y su optimismo de rebufo tras la comparecencia como testigo en la Audiencia Nacional por el escándalo de corrupción Gurtell, en la que negó todo y mantuvo las mismas dudas de siempre, lo que motivó la petición de dimisión por parte de una oposición PSOE- Podemos a la que desprecia y no es para menos cuanto tuvieron la investidura al alcance de la mano y no supieron aprovecharla por la radicalidad desmedida de los de Pablo Iglesias, que en el pecado están llevando la penitencia, una muestra más de tradicional desunión de la izquierda.

Ni que decir tiene que para el presidente del Gobierno y del PP no es que todo vaya bien en España, como afirmaba Aznar, sino que va muy bien. Sobre lo que no va tan bien, se abstiene de hablar y y ya está. Reconoce Rajoy, no obstante, el problema de Cataluña y al respecto ha vuelto a prometer a todos los españoles que no habrá referéndum secesionista en Cataluña el 1 de octubre. Eso sí que se lo creemos. Aun sin dejar de recurrir al diálogo y la moderación, pero no tanto como antes, se están apretando las tuercas y ahora se ha llevado al Constitucional esa ley del Parlamento de aquella región para una supuesta desconexión express y autoproclamación de la independencia,

El más claro ejemplo de que Rajoy sigue preso no solo de sus palabras sino de sus silencios es que no se refirió para nada a la corrupción que lastra la vida política española y muy en especial la de su partido. Al final un periodista asistente a la rueda de prensa le preguntó por esta situación, y el presidente repuso que todo aquello sobre lo que se exagera acababa siendo irrelevante. Y rezó el rizo: ha ganado tres elecciones, con lo que entiende, parece, que contesta sobradamente. Así es, obvio, pero las ha ganado porque el PP era lo menos malo de las malas opciones que optaban a conseguir el poder. Una filosofía pragmática que puede mantenerse un tiempo, incluso bastante, pero no siempre, y que pudiera dar paso a un populismo de derechas, a la derecha del PP, que ofreciese otras alternativas distintas. Hay votantes para ello, y muchos, siempre que alguien sea capaz de articular tal posibilidad.

Pero eso no influye en el presidente que asegura sentirse muy bien y animado, lo que supone una amenaza de volver a seguir siendo el candidato del PP en venideros comicios, pese a tantas sombras a su alrededor. Está dispuesto a acabar la legislatura, aunque ello pueda costar tan caro como los recientes pactos con el PNV para aprobar los presupuestos a cambio de concesiones en políticas. Basa su optimismo, como siempre, en la cuestión económica y al efecto desplegó sus aburridos gráficos según los cuales España es el país de mayor crecimiento de Europa, y ya puestos no solo de Europa, sino del mundo mundial por encima de Estados Unidos, faltaría más. Nada más, de cara al futuro, si bien anunció que continuaría con las reformas emprendidas. Sin decir cuáles, naturalmente. Todo lo mismo de vago y ambiguo, cuando continua si cumplir ninguna de sus anteriores promesas electorales.