Resulta lógica y natural la euforia de Rajoy y del Gobierno respecto a la evolución favorable de la economía su se tienen en cuenta solamente las cifras que se manejan en cuanto al empleo, con acusado y mantenido descenso del paro en los últimos tiempos y el consiguiente aumento de afiliados a la Seguridad Social. Euforia de la que no participa, sin embargo, la UE que acaba de recordar a España que sigue siendo el segundo país europeo con mayor número de parados, tras Grecia, con un porcentaje que casi duplica la media europea, y con niveles muy altos en cuanto al desempleo de larga duración y la situación laboral de los jóvenes, por todo lo cual sigue instando a la necesidad de continuar en la línea de reformas estructurales de todo tipo que Bruselas demanda.

Pero es que en lo que va de este 2017, las contrataciones laborales están resultando, de entrada, todo un éxito, batiendo récords, pues hasta primeros del mes actual se habían fumado en España nada menos que 10,5 millones de contratos de trabajo, superando los buenos niveles conseguidos ya en el ejercicio anterior. Solo que el 90 por ciento largo han sido contrataciones temporales, con apenas uno de cada diez de carácter indefinido. Un 30 por ciento de los nuevos empleos eran para menos de 7 días y un 50 por ciento para menos de 3 meses. No es oro, pues, todo lo que reluce, porque además dos millones de contratos se han firmado en el sector de la hostelería, lo que significa que indefectiblemente el final de la temporada turística, en septiembre, supondrá un repunte del desempleo.

No convendría por tanto lanzar demasiado las campanas al vuelo, como se está haciendo, porque en la calle, pese a reconocerse un poco la mejoría experimentada, y pese a que el dinamismo laboral y del consumo es un hecho, la gente no participa tampoco, ni mucho menos, de esa euforia oficial. Van a subir los sueldos, van a rebajar el IRPF, el Estado crea miles de puestos de trabajo, y lo que se quiera, pero todo eso es futuro, aunque sea futuro inmediato, para el año próximo. Hay dudas legítimas, además, de que tales proyectos vayan a convertirse en realidad, que todo el mundo sabe como los políticos mienten con cinismo de cara a sus intereses. Del aumento de las pensiones, tema inquietante sobre el que se han lanzado algunos globos sonda de cara a la opinión pública, parece que no hay nada y que por lo menos en dos o tres años más las percepciones seguirán igual, con el ridículo incremento del 0,25 por ciento anual, pero el fin del fondo de reservas obligará, a la postre, a llevar estos gastos sociales, inevitablemente, a los presupuestos generales y ello a su vez significará o más impuestos o más recortes.

Dentro del optimismo gubernamental, ahí sale el ministro Montoro asegurando que España está ante la mayor oportunidad de crecimiento de toda su historia. Una exageración y una utopía pues según datos recientemente publicados es imposible superar las cifras que en este sentido se alcanzaron entre 1960 y 1973, con los planes de estabilización primero y desarrollo después del antiguo régimen, que duplicaron la renta per cápita de los españoles. Hay que ser más realista.