Si el arte es siempre diálogo, en cuanto comunica e interpela; y búsqueda, en cuanto trata de ser fuerza transformadora que escapa de la mediocridad, el arte religioso invita -más si cabe- a mirar más allá de lo meramente material o formal de la obra.

El Museo Diocesano de Zamora, instalado hace ahora cinco años en el pequeño templo románico de Santo Tomé, ofrece durante el segundo semestre de este año la exposición temporal "Obra religiosa de Antonio Pedrero". Al poco más del centenar de piezas que configuran la colección permanente del museo, se une durante unos meses una veintena de pinturas, dibujos y esculturas de Antonio Pedrero (Zamora, 1939).

Desde los dibujos en grafito y tinta china de los pasos de Semana Santa, realizados en 1950, siendo niño aún, al boceto para un mural del Martirio de San Lorenzo (2010). Pasando por la pintura de la Virgen del Tránsito (1971) o el Bautismo de Jesús (2008) y las maquetas escultóricas del Merlú (1995) y Jesús Nazareno (1998), entre otras piezas.

El trazo limpio, sencillo, casi geométrico, y personal, del artista de la emblemática generación de la Escuela de San Ildefonso, convive con una variada selección de las mejores piezas del arte sacro zamorano, cuidadosamente expuestas, donde destacan las obras provenientes del malogrado Convento de la Concepción.

El diálogo entablado entre lo antiguo y lo moderno resulta interesante. Por dos razones. La primera es que trasciende la visión limitada del arte religioso que lo circunscribe prácticamente a la misión de conservar y restaurar algo del pasado, para adentrarse en el proceso creativo, en la fuerza creativa y creadora de un contemporáneo. La segunda es que el diálogo -a pesar de los siglos que separan a las partes- abre caminos para el encuentro. Un encuentro que emociona e invita a la trascendencia, a la libertad de cada uno para sentir e interpretar. Y eso, en definitiva, es el arte.