El relato evangélico de este domingo es sobradamente conocido: la parábola del sembrador. La parábola exige una respuesta personal no retórica, sino vital; obliga a tomar postura ante la alternativa de vida que propone. El evangelio es fácil de oír, más difícil de escuchar y cada vez más complicado de vivir. Descubrir cuál sería el fruto al que se refiere la parábola sería la clave de su comprensión. El fruto no es el éxito externo, sino el cambio de mentalidad del que escucha. Se trata de situarse en la vida con un sentido nuevo de pertenencia, una vez superada la tentación del individualismo egocéntrico. El fruto sería una nueva manera de relacionarse con Dios, consigo mismo, con los demás y con las cosas.

Jesús la pronuncia cuando su vida pública de predicador itinerante está a mitad de camino y ha comenzado un período de crisis. Tras los éxitos y triunfos iniciales, se le han ido poniendo las cosas difíciles. Los jefes religiosos le han declarado la guerra; los fariseos lo consideran un aliado de Satanás y "planean el modo de acabar con él". El pueblo está a la expectativa sin darle plenamente su adhesión. Incluso ha tenido serios problemas con su familia y sus paisanos: "Solo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta". Un puñado insignificante de discípulos permanece a su lado, sin entender del todo las cosas de su Maestro. Solo una parte del terreno sembrado acepta la semilla. En esta, los resultados superan lo esperado: cada grano produce cien, sesenta o treinta. Un fruto de ilusión. La parábola se convierte así en un canto a la esperanza: no nos vencerán quienes ponen resistencia al Evangelio.

El fracaso aparente del cristiano-sembrador entra en el programa. Más aún, es semilla fecunda. Sentir y sufrir la resistencia, la contrariedad y la oposición se convierte paradójicamente en camino de eficacia y fecundidad. Como el sembrador, el Reino de Dios no se instaurará en el mundo sino a través de numerosos e impresionantes fracasos. Esto es lo que ni los fariseos ni las turbas -ni siquiera nosotros, cristianos del siglo XX- podemos comprender. Nos gustaría el éxito, el triunfo arrollador y casi categórico del Evangelio en medio de nuestro mundo. Nos duele y nos desmoraliza demasiado la resistencia y la oposición. Nos cansamos, nos desilusionamos. También Jesús pasó por ahí. Y aquel día, en lugar de tirar la toalla, se puso a soñar y contó la parábola del sembrador, que siembra cosecha de fecundidad con semilla de esperanza. Una parábola para tiempos de crisis.