Frente a mi ordenador, además del texto bíblico correspondiente a este domingo, hay una nota: un nombre y un número de habitación del hospital. Hoy hemos celebrado la unción por segunda vez. Me acuerdo aún de la primera vez: ya no podía salir de casa y lo que sostenía su oración era la esperanza de volver a la iglesia para ver al Señor y a la Virgen Milagrosa. Dos domingos atrás pudimos cumplir en parte ese deseo: recibió la bendición del Señor al paso de la procesión del Corpus. De niño no entendía muy bien por qué el cura de mi pueblo paraba en casa de los enfermos, pero ahora lo comprendo plenamente. Hay gente que rechaza encontrarse con Dios en la eucaristía, recibirlo en su casa o experimentar la misericordia de Dios en la reconciliación y en la unción. Parecen ser los sabios y entendidos de los que habla el evangelio. Saber mucho y creer entender todo, a menudo nos cierra la posibilidad de aprender de otros y, cómo no, aprender de lo que Dios nos tiene reservado. Sin embargo, creo hablar en este caso de una mujer sencilla a la que le fueron revelados, a su manera, los misterios de la fe; y en particular, supo vivir con ayuda de Dios esas palabras tan profundas y confusas del evangelio: "mi yugo es llevadero y mi carga ligera".

Son palabras profundas porque son palabras de esperanza: esperamos que las cargas de la vida, del trabajo, de la familia y de la fe no sean demasiado duras junto a Dios; pero son palabras confusas porque, a menudo, no lo vivimos así. La fe y el evangelio se nos hace difícil traducirlos en hechos concretos en nuestras tareas cotidianas, en nuestro trabajo, en nuestra familia, ya no digamos con quien no compartimos los mismos ideales. La aspereza que a veces vivimos contrasta con la suavidad de la mansedumbre y la humildad que Jesús propone: quizá sea cuestión de un cambio de actitud, un giro en nuestra vida hacia el Señor, para experimentar que la humildad nos hace experimentar esa carga ligera que es la vida junto a él.

Te conocí sencilla, te conocí servicial y entregada a la parroquia, y ahora, ya desde hace meses, te conozco entregada a la voluntad de Dios en la debilidad de la enfermedad. Al verte este tiempo he comprendido que lo que puede ser una pesada cruz, una dura carga, una existencia angustiosa, puede vivirse como cruz suave con los cirineos de tu alrededor, una carga ligera vivida en la paz, que solo los sencillos pueden vivir porque Dios se les ha revelado. Albina, amiga -como suelo llamarte-, Él es nuestra esperanza.