F ue la vil ejecución de un pobre chaval, de un concejal del PP en la localidad de Ermua, la que hizo despertar a los españoles dormidos y empezar a gritar aquel: ¡Basta ya!, que no se dejó de repetir hasta que Eta dejó de matar. A Miguel Ángel Blanco le cabe el honor de haber unido a los españoles en un grito común de hastío, de vergüenza, de repugnancia ante las atrocidades de la pandilla etarra. Y aunque hayan pasado veinte años, siempre estará vivo en la memoria de los españoles de bien, que vivimos aquella época horrorizados pero también sin miedo, llamando a cada cosa por su nombre.

Al cumplirse esos veinte años de la ejecución salvaje y fría del edil, se ha homenajeado su recuerdo, como se homenajea el de cada uno de los políticos, a izquierda y derecha, cuyas vidas segaron los etarras. Y siempre ha habido unanimidad. Y siempre ha habido una postura común al respecto. Hasta este momento. De la noche a la mañana, algunos grupos municipales socialistas se han negado a respaldar el homenaje al concejal asesinado por Eta. Municipios vascos a los que no tardaron en sumarse las ciudades gaditanas de Jerez, San Fernando y El Puerto de Santamaría, lo que todavía deja más perplejo al más pintado.

Obviamente la polvareda que se ha levantado en el Psoe ha sido mayúscula. El Psoe también sufrió en las carnes de muchos de sus dirigentes, de arriba abajo y de abajo arriba, el zarpazo etarra. Por la mañana, la dirección censuró públicamente la postura adoptada. Por la tarde y después de que miembros de la Ejecutiva hablaran de este asunto con el PSE-EE y con el Psoe andaluz, Ferraz hizo lo que nunca me imaginé que hiciera un partido con sentido de Estado, respaldó que no se apoyen los homenajes.

Qué vergüenza. Sólo Abel Caballero, que en un tiempo tuvo responsabilidades de Gobierno y que en la actualidad es alcalde de Vigo y presidente de la Federación Española de Municipios y Provincias, rechazó de forma rotunda semejante negativa sectaria, calificándola como "absolutamente rechazable y detestable". Y lo es. La democracia no puede olvidar a sus muertos. Los hubo de todos los colores políticos y especialmente uniformados de la Policía Nacional, la Guardia Civil y los tres Ejércitos. Eta no respetó ni a grandes ni a chicos, ni siquiera a algunos de los suyos. Por muchos años que pasen lo que no podemos ni debemos hacer es pasar página y olvidar a todos esos hombres, mujeres y niños, sí, muchos niños, que perdieron de vida a manos de la pandilla etarra.

La dirección del partido socialista que a veces parece perder el norte, ha salido por la tangente afirmando que todas las víctimas de Eta deben ser reconocidas y no sólo el concejal de Ermua, ¡Anda coño! Cuando se ha rendido homenaje a otras víctimas todo el mundo, sin discusión, se ha sumado a esa deferencia sin más ambages. Esta excusa me parece absurda y dice muy poco en favor de ese Psoe del que blasonan Sánchez y sus seguidores. Solidaridad: cero patatero. Prefieren posicionarse cerca de los que apretaron el gatillo que de un pobre chaval. Pero, claro, era militante del PP y eso es un estigma para Sánchez y su gente. Como si ellos estuvieran impolutos y libres de la culpa de la corrupción y otras culpas. ¡Miserables!

Hay que reconocer que la muerte de Blanco marcó un antes y un después en la movilización ciudadana contra Eta. A lo mejor es eso lo que les escuece.